Mártires y reconciliación
«En ninguna época de la historia de Europa, y posiblemente del mundo, se ha manifestado un odio tan apasionado contra la religión»
Recientemente, una prima me relató la historia de Ricardo Monterde, tío suyo, ingeniero de la fábrica Cros de Maliaño. Desapareció en enero de 1937 en ... medio de las represiones de la guerra. Su familia creía que lo habían arrojado desde el Faro. Me estimuló la curiosidad y comencé a investigarlo. Primero, la bibliografía disponible, después la Causa General de Santander, que se puede encontrar en el Portal de Archivos Españoles del Ministerio de Cultura. Encontré el testimonio de su viuda que declaraba que Ricardo fue sacado de la checa de la calle del Sol a las 22 horas de un día de enero de 1937, junto con otros dos presos, por tres milicianos, tras lo cual desapareció.
De aquella época hay testimonios que hablan de cómo, algunas noches, aparecían coches con los faros apagados al final del Paseo Pereda. De ellos sacaban los milicianos a los presos que transportaban para embarcarlos en una lancha en Puerto Chico. La lancha iba hacia la isla de Mouro y regresaba media hora después sin ellos. Así, lo más probable es que Ricardo fuera arrojado vivo al mar, con las manos atadas y lastrado con adoquines. La brutalidad de esta forma de proceder es un reflejo de la violencia sufrida por muchos otros durante este oscuro periodo.
Muchas otras víctimas, ahogadas así, lo fueron por sus creencias religiosas, y un buen número de ellas, religiosos: la mayoría de los 19 cistercienses de Cóbreces, 19 dominicos de Las Caldas y de Montesclaros, 14 seminaristas, 9 claretianos del colegio Barquín de Castro Urdiales, 9 jesuitas de Comillas, 7 agustinos del colegio Ruamayor de Santander, 5 escolapios de Villacarriedo, 10 maristas de Cabezón de la Sal, 5 carmelitas, 3 capuchinos y varios más.
En nuestra provincia también fueron asesinados 85 sacerdotes diocesanos. De los que varios es probable que aún yazcan en el fondo de la bahía, pues desaparecieron tras ser sacados de la checa de Neila en la calle del Sol: Guillermo Alonso Setién, Aurelio Balbás Sánchez, Manuel Cagigas Marroquín, Manuel Crespo Vega, Ángel Diego Ortega, Lauro García Fernández, Lorenzo González Macho, Manuel Macho Iturbe, Ramón Martín Martín, José Martínez Corina, Manuel Mazón Naveda, Abdón Muñoz López, Victoriano Ortega, Servando Saiz Peña, Teodoro Sánchez Vacas, Segundo Toyos Galarza, Felipe Gago y Lino Gutiérrez Obregón. Si a estas cifras sumamos los laicos asesinados por su fe católica –en Cantabria, 240 jóvenes de Acción Católica perdieron la vida–, podríamos afirmar que en el entorno de la isla de Mouro, en la bahía de Santander, reposan los restos de cerca de doscientos mártires, lo que convierte la zona en un vasto cementerio marino.
Algunos de ellos son Siervos de Dios incluidos en la 'Causa de Beatificación de Francisco González de Córdova y 79 compañeros mártires', proceso que lleva el nombre del ejemplar párroco de Santoña. A éste, la misma noche de su detención, unos marineros le ofrecieron la oportunidad de huir a Francia en un barco pesquero; sin embargo, se negó, pues no quería abandonar su parroquia ni a su gente. Este fue el valiente proceder de la mayoría. Consta que los 80 murieron perdonando a sus verdugos.
Dos citas de reconocidos historiadores ilustran la magnitud de esta persecución: «En ninguna época de la historia de Europa, y posiblemente del mundo, se ha manifestado un odio tan apasionado contra la religión y cuanto con ella se encuentra relacionado» (Hugh Thomas, 'La República Española y la Guerra Civil'). «La persecución de la Iglesia católica fue la mayor jamás vista en Europa occidental, incluso en los momentos más duros de la Revolución francesa» (Stanley G. Payne).
Los gobernantes republicanos señalaron a la Iglesia Católica como chivo expiatorio de los problemas del país, desencadenando así la tragedia de un holocausto católico que evoca 'la solución final' de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Un ejemplo particularmente atroz ilustra la crueldad infligida: a un religioso dominico de Montesclaros, de 77 años, encargado de la ermita de Sotillo, que intentó escapar a la 'zona nacional', lo castraron con tenazas de capar cerdos. Para acallar sus gritos, hacían sonar la bocina de un camión. Una muestra más de la brutalidad de estas muertes.
En el libro 'A bordo del Alfonso Pérez', Antonio de los Bueis dedica un capítulo de 27 páginas, titulado 'Cantabria, enclave martirial en el siglo XX', a presentar una muestra de la sobrecogedora lista de mártires que acogió en sus entrañas nuestra tierra montañesa. Describe un plantel de cristianos que no participaron en la guerra, que murieron perdonando a sus verdugos y defendiendo su fe en Jesucristo. Ellos fueron testigos de la posibilidad de reconciliación; supieron perdonar y, con su testimonio, nos instan a que todos, sin distinción, también lo hagamos en el presente. A ellos pedimos la gracia de alcanzar esa anhelada Reconciliación. ¡Nunca más una guerra!
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