Secciones
Servicios
Destacamos
El 13 de octubre de 1972, un avión, el vuelo 571 de la Fuerza Aérea de Uruguay que transporta a un equipo de rugby de jóvenes uruguayos, se estrella en los Andes argentinos, muy cerca de Chile, en un lugar denominado el Valle de las ... Lágrimas. De los 45 viajeros sólo sobreviven al impacto 29. Sin alimentos, con temperaturas gélidas e insuficiente equipamiento, tendrán que tomar duras decisiones cara a la supervivencia.
Medio siglo después de esa tragedia para unos, y milagro para otros, llega la magnífica película 'La sociedad de la nieve', de J.A. Bayona, con cuatro nominaciones a los premios Oscar. Resulta casi perfecta, no sólo por el formidable esfuerzo por ajustarse a lo ocurrido, o por la maestría técnica al recrear momentos tan intensos como los del accidente, o el de la avalancha de nieve días después, que sepulta los restos del avión, sino por la capacidad de crear una historia humana, de personas de carne, hueso y espíritu, donde cada individuo cuenta, y también la sociedad y los vínculos que los unen.
El largometraje utiliza magistralmente el recurso de la voz en off de un superviviente del accidente inicial, Numa Turcatti, que, tras fallecer posteriormente, deja en su mano un papel con el mensaje evangélico: «No hay amor más grande, que el de dar la vida por los amigos» que luego se van pasando de mano en mano todos los supervivientes en la que considero la mejor escena de la película. Estamos así ante una gran historia de fe, maduración, aceptación, de descubrimiento de un gran amor, de una amistad con lazos estrechísimos.
Más allá de que la película soslaye algo la fe de los pasajeros y, sobre todo, el cómo alguien ajeno al avión, al que llamaron «el copiloto» o «el pasajero número 17», aguardaba siempre detrás de cada acontecimiento, la visión religiosa vertebra todo el largometraje. Por el origen católico de los jugadores del Old Christians Club de rugby –que procedían a su vez del Colegio Stella Maris–, o el de los chicos del Colegio Seminario –como el protagonista Numa Turcatti– o los del Sagrado Corazón de los jesuitas, se entiende la presencia constante del rezo del Rosario durante los 72 días en la montaña, el pacto para entregar sus cuerpos al resto en caso de fallecer, la relación con un Dios tan cercano –como recogen las cartas del joven Nicolich– o que muchos de los protagonistas nunca creyeron que lo ocurrido pudiera ser algo casual, que el protagonismo de Dios en la montaña les resultara evidente.
Contó el superviviente José Luis Inciarte, refiriéndose a la avalancha de nieve que los sepultó vivos: «Fue un momento determinante para mí. Salimos del avión por un agujero y sobre la nieve me encontré con Jesús de Nazaret. El hombre que había dicho: 'Amaos los unos a los otros, como yo os he amado', estaba frente a mí. No puedo describir la cara, porque no era nítida, pero sentí que nos venía a decir que hiciéramos las cosas bien. Esas palabras lo cambiaron todo. De ahí en adelante acampó un gran amor entre todos nosotros». «Cuando al fin salimos, el paisaje era otro, la gente era otra. Salimos ocho menos, pero salió uno más, y ese 'más uno' inmaterial nos advirtió de que se terminaban definitivamente las mezquindades de la sociedad civilizada. Fue ahí cuando entré en un contacto mucho más estrecho con una fuerza superior. No me hizo más cristiano ni menos cristiano, simplemente mucho más creyente en un mismo Dios para todos, que se expresa a través del hombre, en el altar de la naturaleza. Es fácil no creer desde el llano: es imposible no creer cuando estás a solas con la montaña».
La fe que tuvieron las familias de los pasajeros jugó también un papel importante. Un ejemplo es el de la madre de Eduardo Strauch: «Algunas veces la reiteración de lo casual nos hace percibir ciertos hechos como señales. Mi madre, en esos días de angustia en que la sociedad nos daba por muertos, pedía el milagro de mi supervivencia a la Virgen de Garabandal pues una amiga le contó que en el pueblo montañés de San Sebastián de Garabandal, habían estado ocurriendo milagros asociados con unas apariciones de la Virgen. (…) tiempo después vengo a saber que en España algunos la llaman 'la Virgen que subió a la montaña' porque el lugar de sus apariciones fue en lo alto de la cadena cantábrica».
Recordaba Carlitos Páez que: «Mi madre en Montevideo y nosotros en el fuselaje rezábamos la Salve: Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve. (…), a ti suspiramos, llorando y gimiendo en este valle de lágrimas (…). Y resulta que donde nosotros estábamos se llamaba, increíblemente, el Valle de las Lágrimas».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.