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«A día de hoy solo quiero decir que no sé de dónde vengo ni a dónde voy». La frase, contra lo que pudiera parecer, no es del presidente del Gobierno ni de ningún ministro, sino de Luis Eduardo Aute. El cantautor advertía de ... que también «el universo es un estado de excepción», aunque no hablaba del virus asesino ni de un escenario de alarma con tan sucesivas prórrogas que quizá nos lleve hasta el otoño, la estación del año en la que se abre la castaña y crece el nabo, según recuerda Roberto Solana. Esperemos que la ciencia nos levante pronto el arresto, o lo modere al menos. «La respuesta está soplando en el viento», escribió Dylan, pero si Sánchez copia los discursos épicos de Kennedy y la eternidad en el tiempo de los de Castro, bien puede recurrir al apotegma para esquivar las preguntas incómodas de la prensa no apesebrada.
Ya no son aplausos los que se escuchan a las ocho de la tarde sino ovaciones. No digo las ocho en punto porque en mi calle se empieza dos minutos antes, vaya usted a saber la razón. Aplaudimos para reconocer el esfuerzo y el valor de cuantos forman la primera línea de defensa, pero también porque no es verdad que los héroes sean anónimos. Los conocemos, son nuestros familiares, nuestros vecinos y nuestros amigos. Somos nosotros mismos. Ana, la chica del cuarto, es médico y sigue en el hospital; Beli es enfermera; Antonio, con quien coincidía en la cafetería, es guardiacivil; Fernando es policía nacional; Marta trabaja de auxiliar y Carmen está empleada en un supermercado. «Aplaude, aplaude, niño. En ese coche patrulla va Eva, la hija de Luis», dice doña María, mientras una lágrima resbala por su rostro anciano y hermoso.
Pasan las ambulancias con su mensaje sonoro, que a esta hora no inquieta porque es de solidaridad y agradecimiento, extensible a quienes mantienen en pie el país con riesgo de sus vidas. Pero si la sociedad ofrece una lección memorable, la política no está a la altura. Contemos a los muertos y tomemos nota de las condiciones tercermundistas en las que se deja a los sanitarios, con bolsas de basura como inútil protección; los viejos abandonados en las residencias o el dinero tirado en compras fallidas. Comienzan las caceroladas, aún tímidas, contra la imprevisión, la improvisación y la demagogia. Son esas caceroladas que alentaron ayer los del asalto a los cielos, cuando exigían la retirada de vallas en las fronteras, al tiempo que levantaban muros de piedra en sus millonarios chalés de progres antiguos y capitalistas nuevos.
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