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El aplauso de las ocho se apaga y la cacerolada de las nueve arrecia en el centro de Santander. El reconocimiento a los profesionales sanitarios, ... a las fuerzas de seguridad y a todos los que han combatido la pandemia en primera línea, el orgullo cívico que se elevaba entre las notas del 'Resistiré' que salían de los balcones, deja paso a la bronca callejera que ya ha generado algunos episodios violentos. El tránsito resulta desmoralizante, pero no cabía esperar otra cosa de la deriva hacia la convulsión, con un Gobierno tan incapaz de fraguar la cohesión política y social necesaria para hacer frente a una crisis larga y dura que hasta prefiere pactar con los proetarras de Bildu.
La reconstrucción nacional de los devastadores efectos del virus aconseja un gran acuerdo constitucional, fuerte y estable, pero Sánchez prefiere manejarse en la política volátil, con apaños de aquí te pillo, aquí te mato, con cualquiera que se ponga a tiro.
El chalaneo sobre la derogación de la reforma laboral demuestra, por si todavía no estuviera claro, que el afán de supervivencia de Pedro Sánchez no conoce frenos ni escrúpulos. Tampoco buen tino para calibrar el corto beneficio de un puñado de votos irrelevantes frente a los múltiples daños de la maniobra que engaña y desaira a la facción socialdemócrata de su Gobierno representada por la vicepresidenta Calviño, solivianta a Unidas Podemos hasta el borde de la ruptura cuando intenta rectificar el alcance del acuerdo, traiciona la alianza con PNV y Ciudadanos, desbarata el indispensable diálogo con los empresarios, ofende a la mayoría de los ciudadanos, también a muchos votantes socialistas, y suministra munición a los grupos opositores.
Mientras Ciudadanos camina sobre el alambre, buscando protagonismo aún a riesgo de caer en el ridículo, el PP se siente ya liberado de todas las ataduras institucionales para intensificar su ataque a Sánchez y Vox intenta capitalizar el descontento de la calle con el Gobierno por las muchas víctimas, por el largo 'arresto' domiciliario, por los efectos de la crisis y, naturalmente, por el trato con los herederos de ETA.
La caravana móvil convocada por Vox colapsó ayer el centro de Santander entre claxons, silbatos y banderas, Una protesta mucho más nutrida que las que tienen lugar cada atardecer en el entorno de la calle Hernán Cortés, convertida en una suerte de 'zona nacional' con el manifestódromo contra Sánchez, que en los primeros días registró la nota extravagante de un Mercedes descapotable desde donde se dirigían las operaciones a golpe de megáfono hasta que fue invitado a desaparecer de la escena.
'Son los cayetanos de Santander', susurra la izquierda, donde conviven opiniones encontradas. Los hay que se temen que la protesta se extienda a un sector importante de la sociedad cada vez más oprimida por la crisis y haga daño al Gobierno. Los hay que, por el contrario, confían en que la algarada les reportará beneficios al trasladar a la opinión pública la idea de que la oposición de derechas de PP y Vox es una panda de alborotadores irresponsables y antidemócratas. Seguramente el próximo sondeo del CIS de Tezanos abonará esta última teoría a favor de Sánchez y su Ejecutivo progresista.
El clima de confrontación, exacerbado por el pacto del Gobierno con los radicales vascos de Otegi, demuestra la debilidad de Pedro Sánchez, que se constata incluso en la presión a la que le somete su propio socio, Pablo Iglesias. Pero el presidente, con ayuda de sus disciplinados portavoces, intenta a la desesperada culpar al PP del acuerdo con Bildu y de la inestabilidad, y desoye las numerosas voces de la sociedad civil que reclaman un drástico golpe de timón en la política nacional.
Hasta el gobernador del Banco de España proclama la necesidad de un gran acuerdo de Estado durante varias legislaturas. Un consenso entre las fuerzas constitucionales, con PSOE y PP al frente, que harían más consistentes las medidas para la reconstrucción y la negociación con Europa, y que de paso pondría coto al chantaje independentista y a los populismos. A la izquierda radical que desprecia un sector tan estratégico como el turismo, que quiere exprimir los impuestos y hasta presume de que cada vez más millones de españoles deben su subsistencia al Estado. A la derecha extrema que prefiere jugar en campo embarrado para lograr la desestabilización del Gobierno.
Al presidente Revilla también le ha pillado con el paso cambiado el apaño con los radicales vascos. Primero había amagado con el rechazo a la prórroga del estado de alarma, pero después el voto de Mazón fue un sí condicionado a que el Estado conceda poder de decisión y dinero a Cantabria, o sea, avanzar en la desescalada que engrase la reactivación económica en la fase dos que mañana se inicia con dudas y además mejorar la pobre cuota preasignada a Cantabria en el reparto de los fondos destinados a las comunidades. Al final, Revilla y el PRC han quedado inscritos en la larga nómina de 'primos' estafados por la maniobra secreta del Gobierno con Bildu, que perjudica el clima para la recuperación económica y que con los privilegios al País Vasco y Navarra que entraña, tampoco augura nada bueno para las demás comunidades y ayuntamientos. Así que Revilla vuelve al tono más crítico con Sánchez, el jefe supremo del partido con el que comparte el Gobierno regional, y los socialistas de Zuloaga, una vez más, tienen que ponerse a cubierto hasta que amaine el temporal.
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