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José Manuel Gutiérrez, director del Instituto de Física de Cantabria, sabe hoy mucho más del cambio climático y sus consecuencias que hace nueve años, cuando ... nos contaba en el Café de las Artes lo que podría suponer para la región el desbocado ascenso de las temperaturas de no ponerse freno a la emisión de gases de efecto invernadero. El investigador hacía un juego de palabras en relación «a lo que sabemos, lo que sabemos que no sabemos y lo que no sabemos que no sabemos» para dibujar un horizonte catastrófico en el supuesto de que se alcanzara un grado de no retorno. Ya estamos ahí. Lo que Gutiérrez fijaba entonces en el medio plazo, lo ha acortado de una forma tan dramática que solo tenemos una década por delante para evitar el apocalipsis. El atlas interactivo desarrollado en Cantabria para la ONU y el trabajo de centenares de científicos no deja lugar a dudas sobre lo inminente del desastre.
Aunque la amenaza es global y avanza más rápido de lo esperado, sigamos con los ejemplos cercanos. El mareógrafo del Centro Oceanográfico de Santander viene registrando un aumento medio del nivel del agua en la bahía de 2,2 milímetros anuales a la altura de Puertochico. No parece mucho, pero la crecida es acumulativa, por lo que en los setenta y ocho años de mediciones del mareógrafo la mar se ha elevado unos diecisiete centímetros. Según reveló el pasado julio en el Ateneo la exdirectora del centro, Alicia Lavín, los datos obtenidos por satélite muestran elevaciones superiores. Nature, la revista científica de mayor impacto, puso nombres al cataclismo local: desaparecerán las playas de Santander, el Paseo de Pereda, el frente marítimo y el aeropuerto, la península de La Magdalena se convertirá en una isla y las zonas costeras de Cantabria quedarán anegadas. Esto, para empezar.
El cambio climático nos trae inundaciones -recordemos los devastadores temporales del 2014 en Santander-, huracanes, calor extremo, lluvias torrenciales, incendios, pobreza, dolor y muerte. Pero no nos equivoquemos. No por llamativo el eslogan 'Salvemos el planeta' es menos falso. No es el planeta quien está en peligro sino la humanidad, culpable en su conjunto del armagedón que se avecina. Si desaparecemos, lo que no es improbable, la Tierra seguirá girando como siempre. Desde que Theia, un protoplaneta del tamaño de Marte, estuvo a punto de hacerla pedazos en la brutal colisión que dio origen a la Luna, la Tierra ha conocido grandes mortandades y no le importa demasiado si vivimos o no. Al fin y al cabo, no hace tanto que estamos aquí. La diferencia de la humanidad con respecto a otras especies es que conocemos el destino que nos aguarda y podemos evitarlo.
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