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Los científicos, sean exponentes de las ciencias duras o de las despectivamente conocidas como ciencias blandas, tenemos una tendencia innata a creernos en posesión de ... la verdad y, en consecuencia, a pontificar sobre ella. Esto ocurre con demasiada frecuencia, sobre todo en tiempos complicados y difíciles como los actuales, en los que, por desgracia, las visiones apocalípticas sobre el futuro proliferan como las setas en otoño. Empezando por las predicciones astrológicas sobre el fin del mundo, y pasando por las profecías de Nostradamus llegamos, en un salto vertiginoso en el tiempo, a los pronósticos del Club de Roma, que nos decían que no puede producirse un crecimiento infinito en un mundo finito.
Más recientemente, y un poco por causalidad, me he topado con dos análisis (previsiones) de este tenor, los cuales, como casi siempre, se sustentan en argumentos que son razonables en sí mismos pero que se estiran y moldean tanto que, al final, conducen a conclusiones excesivamente pesimistas.
La primera de estas visiones fue puesta de relieve por tres representantes de las ciencias blandas en el programa 'Salvados'. En el mismo, los científicos pusieron de relieve que el modelo de crecimiento convencional, basado en la explotación incontrolada de recursos naturales limitados, junto con el aumento continuado de la desigualdad, nos va a conducir, a no ser que se tomen medidas drásticas hacia una transición justa, al desastre económico y, por ende, político y social.
La segunda de estas visiones apocalípticas la ha formulado recientemente Nouriel Roubini en un ensayo titulado Megathreats. De acuerdo con este profesor de la Universidad de Nueva York (NYU), popularmente conocido como Dr. Doom, el mundo se enfrenta cuando menos a diez grandes amenazas (de naturaleza económica, financiera, política y geopolítica, tecnológica, medioambiental, sanitaria, …) que, aunque individualmente podrían ser soslayadas, o solventadas, con políticas sensatas, es muy difícil, por no decir imposible, que colectivamente no tengan efectos calamitosos para la humanidad.
Aunque no conviene echar en saco roto los argumentos esgrimidos por estos 'profetas del desastre', pues siempre contienen una dosis importante de verdad, lo cierto es que, hasta ahora, ninguna de sus preocupantes profecías se han cumplido en la realidad. ¿Se cumplirán en el futuro? Todo es posible y hay que estar atentos, claro está, pero la probabilidad de que esto suceda parece bastante remota, en particular si existe voluntad política para actuar de forma prioritaria en varios frentes, que, en el fondo, están íntimamente relacionados.
Uno de estos frentes es el de los recursos materiales necesarios para seguir manteniendo el crecimiento económico. Puesto que es evidente que algunos de ellos están agotándose, y otros lo estarán en el futuro, me parece a mí que aquí la solución estriba en una combinación de ahorro y eficiencia en su uso; y ambas cosas están vinculadas, en gran medida, al progreso tecnológico.
El segundo frente es el del deterioro medioambiental, que, tal y como nos recuerdan continuamente los expertos, corre el riesgo de convertirse en irreversible. Pese a las dificultades existentes al respecto, confío en que el sentido común prevalezca y hagamos todos los esfuerzos necesarios para evitar un empeoramiento de la situación. Aquí también considero que el progreso técnico puede jugar un papel importante.
Un tercer frente problemático es el del aumento continuado de la desigualdad individual y territorial, amparado en unas políticas liberales (desregulatorias, privatizadoras …), que sólo tendrá solución con la aplicación de otras políticas que persigan, de forma contundente, una mejor y más justa distribución de la renta. Aquí creo que el progreso técnico no jugará ningún papel, por lo que sólo podemos confiar en nosotros mismos.
Por muy agoreros que seamos, tenemos que ser conscientes de que el futuro del mundo está en nuestras manos y que, si nos lo proponemos, este puede ser mucho mejor que el presente. Cierto que son muchos los riesgos y amenazas que nos acechan en el camino, pero cierto también que tenemos capacidad, conocimientos y, espero, sentido común suficiente como para sortearlos con éxito. Como reconoce el propio Roubini «aparte de un puñado de interrupciones desde la Segunda Guerra Mundial, el mundo ha disfrutado de un largo periodo de creciente riqueza, prosperidad, paz y productividad… Las innovaciones han mejorado nuestra calidad de vida». Esperemos tener la sensatez suficiente como para que todo siga así y las profecías apocalípticas no sean más que simples anécdotas. La solución está, creo, en crecer menos, redistribuir más y acelerar (y dirigir convenientemente) el progreso tecnológico.
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Ana del Castillo
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