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La epidemia, esta pandemia causada por el SARS-CoV-2, ha comenzado su declive. Al menos es lo que traducen esos números, que a pesar del bamboleo casi diario, reflejan los índices de morbilidad, letalidad e inmunidad alcanzada frente al covid-19. La gran tragedia es ... que detrás de cada cifra, sean 30.000 o más los fallecidos, hay un nombre y unos apellidos. El testimonio del luto nacional, sincero y emotivo, no será nunca capaz de vivenciar la intimidad del gran dolor que supone la pérdida de los seres queridos. Las huellas de muerte y desolación, diezmando pueblos y civilizaciones enteras, son el triste cortejo histórico de las epidemias.
La enfermedad y la propia muerte forman parte de nuestra condición de seres vivos en el discurrir natural de los procesos biológicos. Pero aunque hayamos olvidado las plagas bíblicas de los parásitos, y los antibióticos hayan dado un gran giro a la lucha contra las bacterias, hoy nos sentimos amenazados por los virus, filtrables y solo visibles con la electrónica. El problema está en que no disponemos de un tratamiento específico frente a ellos. Desde que a Edward Jenner, médico rural inglés, a fines del siglo XVIII, cuando la microbiología y la inmunología eran desconocidas, se le ocurrió comprobar que una enfermedad benigna de las vacas llamada vacuna protegía frente a la mortal viruela humana, hoy por hoy, son las vacunas -denominación generalizada-, las únicas armas eficaces que nos previenen contra los virus, y la actualidad más acuciante para el mundo científico, como lo reflejan los medios de comunicación, es encontrar lo antes posible una vacuna frente al coronavirus.
Ahora que ya estamos en lo que los políticos llaman 'desescalada', con sus fases restrictivas y permisivas, algunos empiezan a preguntarse si ha servido para algo tanta reclusión y sacrificio como el soportado durante más de dos meses. A falta de vacunas hemos empleado la normativa básica de la lucha frente a epidemias utilizada en los siglos precedentes: higiene máxima, distanciamiento y enfermos aislados. Sin duda, esto es y será siempre eficaz; lo lamentable es no haberlo iniciado antes de marzo cuando ya existían comunicaciones oficiales científicas de alerta. La población anciana fue la más vulnerable, y si nuestros hospitales no estuvieran dotados de una excelente asistencia y tecnología, todavía sería mucho más elevado el número de fallecidos. Por desgracia, el colectivo de médicos y enfermeros sufrió las consecuencias de la imprevisión y falta de material preventivo elemental. Los más de 70 muertos y 25.000 contagiados entre el personal sanitario son cifras vergonzantes para nuestra sanidad nacional.
¿Hablaremos ya de victoria? «¡Venceremos en este lucha y derrotaremos al coronavirus!» ha sido una de las frases más repetidas por los políticos. Y es bueno inyectar algo de optimismo en una población que jamás pensamos verla tan dócil y amedrentada. Todas las epidemias que han transcurrido en este planeta han tenido su principio y su fin. Más de una vez lo he repetido: al final siempre escampa, o llueve según se precise y sea el santo que sea el que hayamos sacado en procesión. Los virus, como otras tantas cosas de la naturaleza, no son un castigo divino. A pesar de llevar millones de años conviviendo con ellos, hemos empezado a conocerlos hace poco más de cien años, pero todavía es mucho más lo que ignoramos que lo que sabemos de ellos.
Con la voz de los expertos, aprendamos con los virus y de los virus. Ante el descenso de la epidemia es coincidente la opinión de los virólogos; no es que el coronavirus haya desaparecido, es que su agresividad ha perdido fuerza y las infecciones que aún puede provocar son más atenuadas. Tras los inicios mortales de una epidemia, los virus precisan células vivas para existir, no les interesa ser tan agresivos que determinen la muerte celular No pueden alterar tanto el genoma, esas cadenas de ADN de las células infectadas, que impida su convivencia en ellas como huéspedes. No habrá vencedores ni vencidos, al final hay una adaptación del virus a nuestras células, y nos compensa -es un decir- al haber despertado los mecanismos de la inmunidad frente a futuras agresiones. Así han quedado y seguirán conviviendo en nuestras células muchos virus de enfermedades como sarampión, varicela, paperas, polio, entre otras, que, o bien hemos pasado en nuestra infancia o fuimos vacunados frente a ellas.
Muchas especies desde la prehistoria han desaparecido. La especie humana en este proceso de adaptación está logrando supervivencias de más de 90 y 100 años, inimaginables hasta hace bien poco. La vida continúa y seguirá en esta lucha por la existencia desde que apareció la vida en este planeta donde -corroborando la hipótesis de Darwin- sobreviven no los más fuertes, sino los seres que mejor se adaptan al medio. Seguiremos teniendo enfermedades y epidemias; los virus no van a dejarnos en paz y continuarán estimulando nuestras defensas inmunitarias. Aminorada la presente epidemia, la adaptación bioquímica hace posible que este inesperado coronavirus quede con nosotros y hasta nos proteja.
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