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Entre las numerosas personas cuya luz ha sido apagada esta semana por el virus de Wuhan se encontraba uno de mis mejores profesores: Carlos Seco Serrano, con quien aprendimos historia contemporánea de España en la Complutense madrileña hace algunos años; tantos algunos, que temo que ... hayan pasado ya de la contemporánea a la medieval.
Cada clase era una lección magistral. Repartía unos sumarios u octavillas para que pudiéramos seguir el curso de su perorata, siempre templada, razonada, elegante. Un orador académico de fuste. Así transitamos desde las esperanzas de la Ilustración dieciochesca hasta el gran fracaso colectivo de la guerra de 1936-1939. Dentro de su exquisita erudición, se había especializado en la figura de Cánovas y el reinado de Alfonso XIII. He tenido la fortuna de, en estudios posteriores, gozar de la guía directa de otro experto en ese periodo, Carlos Dardé, y de leer a otros profesores de nuestra universidad también muy versados en dicha época, no tan remota de la nuestra (¿quién puede asegurar, con la mano sobre el fuego como el legendario romano Cayo Mucio Escévola ante el etrusco caudillo Porsena, que no hay caciquismo hoy en Cantabria?).
Carlos Seco era hijo de un militar leal a la República que fue ejecutado en Ceuta por los sublevados. Edmundo Seco corrió así la misma suerte que en Tetuán un primo carnal de Franco, Ricardo de la Puente Bahamonde, también opuesto a la rebelión. Esto no impidió al adolescente huérfano demostrar su talento y licenciarse en 1945 con premio extraordinario en la Universidad Central, y doctorarse en 1950 también con premio extraordinario. Fue discípulo del montañés de Peñarrubia Ciriaco Pérez-Bustamante, largos años rector de la UIMP, y del andaluz Jesús Pabón, futuro educador del príncipe Juan Carlos.
Dentro de su amplio conocimiento, este catedrático que lo fue en Barcelona y Madrid de 1957 a 1989 mostró siempre un talante ecuánime. Carlos Seco no dejaba espacio a la historia de tendencia exclusivista. Valoraba a Adolfo Suárez por su capacidad para reconciliar a los españoles en un sistema democrático, sin tutela de uniformados. En esto había un eco de su duradera admiración por la figura del estadista Antonio Cánovas del Castillo. Paradoja: este hijo de militar, nacido en la marcial Toledo a los dos meses del golpe de Primo de Rivera de 1923, y víctima muy directa en 1936 del enésimo pronunciamiento armado de nuestra historia, fue quien mejor nos explicó el esfuerzo ímprobo de aquel liberal conservador malagueño para crear una España donde los 'espadones' no pintasen nada. Mientras pasábamos por sus manos, Seco preparaba una de sus grandes monografías, 'Militarismo y civilismo en la España contemporánea', con la que se ganó después el Premio Nacional de Historia.
La parte más brillante del curso era cuando desentrañaba cómo los frenos de Cánovas a la pasión sectaria y el militarismo que ella invoca se fueron desmontando, uno a uno, durante el reinado de Alfonso XIII, en sucesivas crisis. Escribió a propósito de ello una obra excelente de síntesis, que ha envejecido bastante bien, basada en un curso que impartió en La Magdalena: 'Alfonso XIII y la crisis de la Restauración'.
Al comentarle nuestra intención de dedicar el estudiantil viaje de 'paso del ecuador' a Italia, dejó la clase a un lado y estuvo hablando largamente de memoria sobre lo que en Florencia, en cuyo Archivo Mediceo había investigado de joven, había que ver. Mucho después, al caminar por la Piazza della Signoria, junto al Palazzo Vecchio y las Gallerie degli Ufizzi, cerca de la ribera del Arno donde Dante se encontró por última vez con su idolatrada Beatriz, recordé aquella arenga improvisada del maestro complutense y no pude sino dar a su entusiasmo toda la razón retrospectiva. Especialmente ante aquella leyenda en una puerta del Palazzo: 'Festina lente', en latín 'Apresúrate despacio', la favorita de Octavio Augusto, el conquistador de cántabros, que muchos cántabros aún no han conquistado.
Sí lo ha hecho Víctor Ortiz, 'Manolo'. Cumplió 108 años esta semana en el Centro de Atención a la Dependencia de Laredo. Recibió justísimos homenajes, dentro de las limitaciones coronavíricas. Cuando él nació, era Alfonso XIII un joven rey de sólo 26 años. Gobernaba el liberal José Canalejas, innovador en política social y regionalismo catalán. Sin embargo, fue asesinado ese noviembre. Entonces se vio que el turno liberal/conservador, creado por Cánovas como medio pacífico de rotación de las élites mientras la nación adquiría fortaleza para competir con los mejores, estaba averiado. Los liberales se dividieron entre Romanones y García Prieto; los conservadores, entre Dato y Maura. Surgió además en ese abril natal de 'Manolo' una versión pragmática de viejos teóricos republicanos: el reformismo del gijonés Melquíades Álvarez, 'Pico de Oro', al que se adherirían muchos intelectuales, como Ortega y Gasset, que ya entonces daba lecciones desde su cátedra universitaria y pronto asaltaría la escena con su conferencia 'Vieja y nueva política'. El sistema canovista degeneraba, pero lo nuevo no acababa de imponerse, solo hacía discursos.
Siglo y pico más tarde, los paisanos de 'Manolo' hemos leído esta semana a un vicepresidente del Gobierno de la monarquía reclamando la República; y a un independentista catalán proclamar con todo su volumen que el Estado español «no nos sirve». Cualquier curioso podría compararlo, desfavorablemente, con periódicos de 1912 donde Enric Prat de la Riba se conformaba con la Mancomunitat catalana o los republicanos declaraban accidental la forma de gobierno, siempre que el rey se sometiera al Parlamento. El tiempo todo lo estropea, por eso hay que apresurarse despacio.
Carlos Seco definía así las cualidades de estadista: (1) raíces históricas, reflexión sobre el pasado común; (2) de su tiempo, abierto ilusionadamente al mañana; (3) integrador; y (4) supeditador de su interés al del Estado. Juzgue usted cuántos podríamos alistar al 'estadismo' mientras celebramos los 108 de 'Manolo' y despedimos los definitivos 96 de Carlos. Nos va a sobrar más papel que a Groucho Marx cuando contrataba un tenor para su ópera.
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