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No ha sido fácil encontrar el modo de denominar a ese grupo de diferentes construcciones, elementos arquitectónicos o simplemente recuerdos urbanos, en ocasiones escondidos y en otras ocupando lugares preeminentes en nuestra ciudad, que suelen pasar desapercibidos. No nos referimos a grandes y llamativos edificios ... o monumentos, hablamos de pequeños habitáculos o elementos diversos que dan forma y estilo a ciertos lugares y rincones de nuestro entorno. Están ahí, desde siempre o desde que tenemos memoria, en nuestras calles, plazas y jardines, hemos pasado delante de ellos cientos de veces, los hemos mirado, observado e incluso tocado, pero no les hemos concedido ninguna importancia y probablemente no los hemos visto. Su familiaridad los oculta y solamente cuando sucede algún acontecimiento especial, alguien nos habla de ellos o si en ocasiones desaparecen, es cuando nos damos cuenta de su existencia o echamos en cuenta su pérdida. Por eso se podría definir asimismo como arquitectura transparente.
Probablemente, algunos lectores se preguntarán de qué estamos hablando. Hablamos de la gasolinera de los Jardines de Pereda, compañera del Centro Botín. Es un edificio especial con esa elegante cubierta elíptica, que pasó desapercibida durante años e incluso con proyecto de derribo, y se salvó por los pelos. Ahora se la reconoce, pero durante años pasábamos a su lado sin verla. Forma parte con otros, y cada uno tendrá sus elegidos, de ese grupo de elementos de los que hablamos.
En los mismos jardines hay un pequeño inmueble, antiguo comercio de flores, que no se ve cuando pasamos si no lo miramos con interés, aunque ha servido de inspiración y modelo para la reciente construcción de un pabellón de información municipal. En el Paseo de Pereda, en la acera central, continuando hacia Puertochico, les aconsejo que se paren en un banco homenaje al Dr. Quintana, y en Reina Victoria, otro monumental banco recuerda al periodista Estrañi. Siempre me gustaron los monumentos en forma de banco.
En Puertochico está la Caseta de los Prácticos recordando a la popa de un barco deslizándose por las aguas de Molnedo, con su sabor de puerto cantábrico y que ahora pretenden ajardinar y modernizar con riesgo de que pierda su personalidad. Hay lugares que se deben mantener, pero nunca transformar. Enfrente de la caseta, un arco de la antigua fábrica del gas, es vestigio del patrimonio industrial.
En la línea de autobuses, vemos varias paradas de pasajeros que son pequeñas joyas. En San Martín nos encontramos una verdadera preciosidad entre modernista y racionalista. La parada de La Magdalena, más moderna y algo costumbrista, sencilla, pero con estilo, puede ser contemplada para dejar de ser transparente y más allá, en la Plaza de las Brisas, nos encontramos con un habitáculo, antigua taquilla, utilizado por los operarios del SMTU, diríamos que especial.
En el Alto de Miranda, en el jardín de los Pasionistas, se conserva una columna cilíndrica que señalaba aquel lugar, se ve en las fotografías de época, y en el interior del patio del Colegio Inmaculada, vemos un antiguo torreón de piedra, desde donde se controlaba el fielato. Continuando por la calle Alta, a la altura de Telefónica, dos elegantes portaladas, que fueron acceso a la desaparecida villa Lemaur, permanecen escondidas y discretas. Su contemplación parece llevarnos al arquitecto Casimiro Pérez de la Riva. En esa misma avenida, a la altura de la Escuela de Hostelería, en el entorno de la parroquia de San Juan Bautista, se conserva, milagrosamente, lo que pudo ser el acceso a una pequeña capilla renacentista.
El Sardinero cuenta su historia a través de algunas imágenes que le hacen reconocerse y diferenciarse. Los tamariz o tamarindos, originarios del suroeste de Europa y que hemos adoptado como nuestros dan carácter. Los bunkers recuerdos de una guerra que debe olvidarse, las barandillas de hierro con elegante diseño que separan al paseante de los arenales y del mar -deben ser de hierro, no de acero inoxidable como los que se han cambiado en la zona del Camello-, barandillas que se engarzan en esos elegantes cilindros diseñados hace un siglo y que también embellecen bancos, pérgolas o el propio paseo.
El Cementerio del Inglés, en Cazoña, con la languidez que proporciona el olvido, la olvidada capilla de la calle del Monte, o las elegantes farolas de las Alamedas, merece la pena pararse en la que una mujer representa a cada estación, o las reciente e inexplicablemente, retiradas farolas del Palacio de la Magdalena.
Todo ello y otros bienes que estarán en la mente de muchos de los lectores conforman un patrimonio menor y de alguna manera invisible, pero no por ello sin interés. De una manera silenciosa y con humildad dan forma a nuestras calles y jardines desde siempre. Descubrirlo es gratificante y quizás más en estos tiempos limitados por la pandemia.
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