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Los torrelaveguenses al referirnos a nuestra ciudad nos sentimos emocionalmente divididos entre un sentimentalismo chauvinista y una deseada objetividad. Probablemente como todos cuando hablan de ... la suya. ¿Cómo es Torrelavega? ¿Qué decimos cuando nos preguntan por ella los que no la conocen? Durante mucho tiempo se dijo, no sé si es una leyenda o es verdad, que en una Escuela de Arquitectura, quizás de Barcelona, era puesta como ejemplo de ciudad peor urbanizada.
Hace unos días me encontré paseando por Torrelavega al catedrático de la UNED de Madrid Simón Marchán, brillante crítico de arte y profundo conocedor de las vanguardias históricas; a su mujer y al arquitecto Domingo de la Lastra, miembro de la tercera generación de la saga De la Lastra, prestigiosos arquitectos santanderinos, y activista cultural impenitente. Estaban visitando la ciudad para ver alguno de sus edificios más importantes. Les pregunté en una breve conversación de acera cuáles destacarían y sin dudar coincidieron en los nombres de las iglesias de la Virgen Grande de Luis Moya, la de Campuzano del torrelaveguense Ricardo Lorenzo y el Colegio La Paz de Coelho de Portugal. Tres grandes obras de las que puede presumir Torrelavega. Añadía yo, humildemente, la neogótica iglesia de La Asunción. No ocultaban su admiración por el citado Ricardo Lorenzo, recordando otras realizaciones suyas realmente interesantes, como las viviendas de la calle Ceferino Calderón en colaboración con Miguel Calatayud o el Círculo de Recreo, esta última en colaboración con el padre de Domingo de la Lastra. El Mercado Nacional de Ganados de José Calavera y el campo de fútbol del Malecón de los hermanos Agustín y Alberto Montes y Javier Terán, los valoraban asimismo muy positivamente.
Casualmente, unos días después, estuve con el excelente poeta asturiano Javier Almuzara, que había acudido a Torrelavega para escuchar un concierto. Era su primera visita y me dijo que le gustó mucho. La veía muy entrañable y acogedora. Le llamó especialmente la atención la Plaza Baldomero Iglesias, «inusitadamente amplia, sin dejar de ser acogedora. Tiene aire de centro y refugio donde corretean niños y se citan jóvenes y mayores. La hermosa iglesia de la Virgen Grande está perfectamente integrada en ella, con un curioso eco rayado de los soportales en sus muros». Torrelavega, arquitectura entre la tradición y la modernidad.
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