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De vidas de indianos está urdido el tejido de la historia de Cantabria. Jóvenes que huyeron de la pobreza de su tierra natal para volver con títulos y riquezas, y fundaron linajes que languidecieron con los siglos, dando lugar a nuevas migraciones para ... refundarlos.
Don Francisco de Villanueva, natural de Zurita de Piélagos, fue uno de ellos. Regidor de la ciudad de San Luis de Potosí, México, por orden de Felipe V, envejecía sin descendencia, y en 1733 decidió emplear su fortuna en la construcción de un mayorazgo en su pueblo natal, que heredaría su sobrino, don Francisco Díaz de la Colina.
Así se construyó el Palacio de la Llana, o de Colina. La visita al mayorazgo, aún impresiona: una pérgola, entre campos de labor y frutales, desemboca en la magnífica portalada que da acceso a lo que fue un patio adoquinado. A la izquierda, las cuadras y la residencia de los criados; de frente una escalinata que conduce a un área elevada de antiguos jardines con su estanque y, a la derecha, los sólidos muros de sillares de la casa solariega, con una corralada de cinco arcos y el preceptivo balcón corrido de la arquitectura montañesa. Una capilla barroca, el mejor elemento, adosada al palacio, completa el conjunto.
Amparado entre sus muros, el linaje de los Colina engrandeció y se mantuvo vigoroso durante los siguientes doscientos años. En ese tiempo, no faltaron los matrimonios con la nobleza regional, ni los miembros ilustres, así como tampoco las idas y venidas a América con el fin de relanzar negocios que aportasen el caudal necesario para su elevado tren de vida.
De aquel mundo proviene el nuestro, y nuestra forma de entenderlo sería distinta sin su existencia. La historia de la familia Colina también nos pertenece, de la misma manera que la de cada cual se integra en esa inmensidad compartida que forman una sociedad y una cultura. Y los lugares y los inmuebles atados a esas historias son sagrados. Como sociedad, no podemos permitirnos perder nuestro patrimonio. Sería renunciar a lo que nos explica quiénes somos. Preservarlo es un deber de todos. Y de las instituciones, en nombre de todos. Abandonado por la división de sus herederos y la negligencia de la administración, a día de hoy el Palacio de la Llana puede derrumbarse en cualquier momento. Las vacas vagan por el conjunto, que la asociación Mortera Verde intentó en vano proteger en 2003, solicitando la figura de Bien de Interés Local. La huella de sus pezuñas abunda sobre la tierra que cubre el suelo de la capilla, cuyo retablo barroco desapareció hace muchos años. Solo un elemento se conserva milagrosamente: una preciosa cúpula de madera policromada del maestro Francisco Gómez de Somo, expuesta a la intemperie, que la lluvia arruinará en breve ¿Sorprende a alguien que ninguna administración haya actuado para protegerlo a pesar de la insistencia de particulares y colectivos?
Los lugares, edificios y objetos materiales tienen propietarios, pero cuando representan y guardan la memoria común, también pertenecen a toda la colectividad. En este difícil deslinde, los Bienes de Interés y otras figuras de protección del Patrimonio limitan la libertad de sus dueños ofreciéndoles a cambio una responsabilidad colectiva, que asumen los gobiernos en nombre de todos. Una responsabilidad gubernamental que debería concretarse en ayudas económicas realistas para el mantenimiento de los edificios, y en una actitud vigilante, activa y negociadora para evitar su deterioro. Pero el día en que se impartía ese tema en clase, al parecer nuestros gobernantes no pudieron acudir. Ni tampoco los que aspiran a sustituirlos.
Con una treintena de edificios en la lista roja de Hispania Nostra, pero en realidad en torno a un centenar de ellos en inminente riesgo de destrucción, toda Cantabria es un palacio barroco que se derrumba. Y entre los más sangrantes, por citar algunos: la casa-torre de Calderón de la Barca, en Viveda; las torres de Bores, en Liébana o la escuela de Terán, en Cabuérniga.
Entre tanto, los responsables de nuestro Patrimonio Cultural y sus superiores mantienen la cómoda tradición decimonónica del «rellene usted una instancia y vuelva usted mañana». Ya sabemos que su primera prioridad son los intereses del partido. Y hasta podemos consentir los despilfarros que, en parte, a todos nos llegan. Pero su sordera ante el estrépito de Cantabria derrumbándose, mientras malgastan en infraestructuras innecesarias y promueven un turismo cultural de chancla y barbacoa, es incomprensible.
«Los pueblos que olvidan su historia están obligados a repetirla», dice una cita tan manoseada como certera. Les recomendaría que la hagan grabar en la entrada del Parlamento. Y que la cuelguen en sus despachos. Y que la escriban, doscientas veces, todos los días.
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