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El famoso equipo de los bigotes (72-73), el de la alineación que nos aprendíamos de carretilla, se arraigó en la memoria racinguista por la fama de invicto que tuvo en las primeras jornadas y porque subió a Primera. Lo logró matemáticamente a falta de ... tres jornadas, cuando derrotó al Tenerife en El Sardinero. Pero las gradas de los Campos de Sport no lo celebraron como se había previsto. La alegría y el entusiasmo se desviaron hacia la indignación y la rabia. Los aficionados apenas saltaron al terreno de juego para abrazar a sus héroes deportivos. En cambio, manifestaron su sentir lanzando almohadillas e improperios que deslucieron un día que hubiera estado destinado a la fiesta.
¿Quién no ha oído hablar de aquel equipo y de su seguridad defensiva, de las siete jornadas que el guardameta Juanjo Santamaría estuvo con su portería a cero, o de las once (cayó en la duodécima) que el equipo aguantó con sus bigotes hasta que encajó la primera derrota en Vallehermoso, frente al Rayo Vallecano? Será difícil plantear una campaña de marketing tan notable, porque aquella derrota que supuso el afeitado de los mostachos también sería el inicio de un declive en los resultados de los desplazamientos que para resumir consistía en perder casi todos los partidos de fuera y ganar los de casa. Con ese discreto bagaje pudo mantenerse en la vanguardia de la clasificación, siempre entre las tres primeras plazas que daban opción al ascenso directo y que también estuvieron ocupadas por el Real Murcia y el Elche, que subirían como primer y segundo clasificado, respectivamente. Pero había equipos que merodeaban esa tercera plaza como buitres esperando el traspiés del Racing, el último de ellos, el Real Valladolid.
El Racing recibió al Tenerife en Santander el domingo, 6 de mayo de 1973. Había llovido ligeramente, pero la entrada fue excelente, como en todos los encuentros de aquella temporada en los Campos de Sport. Maguregui alineó a Santamaría; De la Fuente, Chinchón, Portu; Sistiaga, Santi; Sebas, Barba, Aitor Aguirre, Pedro Amado y Arrieta. Las cosas se pusieron difíciles porque fueron los tinerfeños quienes se adelantaron en el marcador en el minuto cuarenta de la primera parte, debido a una mala salida de Santamaría que permitió marcar a José Juan.
En la segunda parte, Maguregui dio entrada a Martín retirando a Sebas, pero el cambio más determinante fue poco después, cuando Pedro Amado fue sustituido por el laredano Docal, que a pesar de haber jugado pocos minutos durante la temporada, estaba proporcionando al equipo una más que aceptable eficacia goleadora. Mediada la segunda mitad, el público, atento a las noticias de la radio, conoció el gol del Rayo Vallecano marcado en Zorrilla frente al Real Valladolid, lo que significaba que, con un simple empate, el conjunto santanderino se aseguraba la tercera plaza sin temores de ser alcanzado por los castellanos, situados los cuartos en la tabla clasificatoria. El gol de los vallecanos impulsó al público para animar con mayor entusiasmo, ánimos que se convirtieron en clamor con el empate a los veinticinco minutos de este segundo período. Fue una falta directa que se colgó al área del Tenerife y provocó un barullo donde Docal, de cabeza, desvió el balón hacia Aitor Aguirre que también de cabeza empujó el balón lejos de las manos del guardameta Castillo.
Dos minutos después, casi en plena celebración del primer gol, Docal culminaría un contraataque con un disparo cruzado que daría la victoria a su equipo y desbordaba la alegría racinguista. Aquellos goles sentaron muy mal a los jugadores del conjunto canario. Las crónicas de los periódicos cántabros señalaron que «el Tenerife, que se veía con el triunfo y que en distintos periodos del juego hizo gala de no pocas incorrecciones, se pasó de rosca», refiriéndose a la actitud de los jugadores respondiendo al público con gestos despectivos cuando recriminaba las entradas duras a los racinguistas, y devolviendo amenazantes las almohadillas que se lanzaron al campo. Todo se agravó cuando un futbolista del equipo isleño agredió a Aitor Aguirre sin balón. «Fue triste el lamentable espectáculo que dieron los tinerfeños, con una total falta de respeto hacia el público y con la más ostensible manifestación de antideportividad, de no saber perder, tanto más incomprensible cuanto en la derrota no le iba la vida», señalaron las crónicas.
De esta manera tan deslucida el recordado Racing de los bigotes logró el ansiado ascenso. Otra cosa sería dos semanas después, cuando el equipo de Maguregui recibía al Murcia, que sería campeón de la categoría. Aquel día, 20 de mayo, sí que hubo fiesta: desfiles, charangas, tracas, cohetes y retransmisión televisiva histórica y pionera entre equipos de Segunda. Pero aquel Tenerife empañó la magia del momento.
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