El ascenso indirecto del 93
MI SAQUE DE ESQUINA ·
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Fue algo raro, de esas vivencias que pocas veces se tienen en las gradas. El equipo había entusiasmado, había ganado y goleado y al final del partido, pero los jugadores se encontraban abatidos, derrotados, cabizbajos, impotentes y doloridos en su estima. El Real Valladolid, el ... equipo con el que el Racing se jugaba el ascenso directo, había ganado su partido en Palamós, había empatado a puntos en la clasificación final y superado a los cántabros en el número de goles. El gozo, en un pozo. Pero el público de los Campos de Sport no quiso que los jugadores se marcharan así a los vestuarios. Se levantó de sus asientos, inundó de ovaciones el estadio que aún olía a nuevo y comenzó a perfumarlo con voces para cambiar el destino: ¡Racing! ¡Racing! ¡Racing! Viví aquella temporada con mucha intensidad. Vaya revuelo y vaya polémica, con esa historia de la conversión en sociedad anónima y la participación de las instituciones para hacer del Racing un equipo digno y representativo de Santander y de Cantabria. En aquella temporada se había apostado fuerte. Había muchas esperanzas con el refuerzo de Quique Setién y Tuto Sañudo, dos emblemas racinguistas que regresaban después de haber triunfado en sus respectivos equipos, y la incorporación de hombres como Merino, Barbaric, Mutiu...
El sueño era el ascenso y había dos maneras de conseguirlo: o bien de forma directa al quedar entre los dos primeros puestos de la clasificación o bien con el tercer o cuarto puesto que daba opción a una promoción con dos rezagados de Primera. El equipo, dirigido por el valenciano Paquito, recibía críticas constantes por su mal juego, aunque se mantenía en las primeras posiciones de la tabla. Fue un palo lo de perder contra el último en Lugo. Aquello derrumbó al equipo entre un temporal de malos resultados que hacían temer lo peor. Pero en la recta final de la competición se fichó a Zygmantovich y a un hombre que fue providencial: Michel Pineda, procedente del fútbol francés. Con él, el Racing ganó nueve de los diez últimos partidos de Liga, perdiendo sólo contra el Lleida, que se proclamaría campeón.
Con el Lleida matemáticamente ascendido, la segunda plaza, que también proporcionaba el ascenso directo, estaba ocupada por el Real Valladolid. El equipo castellano tenía los mismos puntos que el Racing, pero un beneficioso coeficiente de goles respecto al conjunto cántabro. En la última jornada, el Racing jugaba contra el Castellón en los Campos de Sport, y el Real Valladolid lo hacía en Palamós. La victoria del Racing no era suficiente para el ascenso directo si los castellanos ganaban el partido, salvo que los castellonenses se llevaran una goleada poco habitual. Los partidos comenzaron a la misma hora y los aficionados estuvieron pendientes por la radio de lo que pasaba en Palamós. En Santander, Pineda marcaba el primer gol de un disparo cruzado. Momentos después, el Real Valladolid marcaba de penalti. Pero diez minutos más tarde, el jugador del Palamós Jordi empataba el encuentro. En esos momentos, el Racing estaba en Primera División, y así se mantuvo por espacio de veinte minutos, hasta que nuevamente el Valladolid se adelantó con otro gol de penalti. En el descanso los jugadores del Racing se mentalizaron en ganar ampliamente y olvidarse de lo que pasara en Palamós. Pineda marcó el segundo gol, luego acortaría distancias el Castellón (un disgusto que entorpecía el sueño imposible de superar el coeficiente de goles de los castellanos), pero siete minutos más tarde, Merino marcaba el tercero. Una pared que Quique realizó con Sabou supuso el cuarto gol en los Campos de Sport y, finalmente, un penalti lanzado por Quique colocó el cinco a uno final, la mayor goleada de aquella temporada. Cuando terminó el partido ya se sabía el final de Palamós. El Real Valladolid había ganado por uno a dos. Los aficionados cántabros se quedaron indignados cuando vieron en la televisión los dos penaltis que Carmona Méndez había señalado contra los catalanes. Ninguno de los dos lo eran, y uno de ellos incluso se refería a una jugada fuera del área.
Vencer al Castellón fue como una derrota. La decepción se cernía sobre todo entre los jugadores. Sin embargo, los espectadores premiaron el decoroso triunfo ovacionando a sus futbolistas e invitándoles a responder desde el centro de la cancha. Quizás fuera un momento mágico, el momento en que se reconforta la entrega, aunque no haya servido para nada. El esfuerzo físico se plantea como un sacrificio a los dioses de la colectividad, que lo aceptaron complacidos y generosos.
Fue el Valladolid el que se llevó el premio del ascenso directo, pero jugar la promoción contra el Espanyol se convirtió en un premio mayor. Aquel empate a cero lleno de goles, aquel lleno de los campos imposible de igualar, aquel ascenso del 93 que todavía se canta como melodía de un éxodo que no termina.
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