Los atascosaurios

Esos atascos presentan dos rasgos definitorios. Primero, se esfuma la noción de vía rápida. Sí, es gratis, pero ya no una autovía. También era gratis la antigua nacional. Segundo, se provoca una conducción con más consumo de combustible fósil y, por tanto, un tráfico con menos eficiencia energética y harto más contaminante. Ya no parece tan gratis, amigo Sancho, incluso si nos olvidamos de ingentes gastos de conservación. La única voz que protestó contra esta medida demagógica fue de una podemita, teniente de alcalde de Barcelona, voz clamante en descampado.

Ahora los millones de usuarios extranjeros de esas autopistas mediterráneas se libran de cotizar para su mantenimiento y mejora: las desgastan más que nunca, pero ya no las financian como siempre. Eso queda para la caja general de los españoles, incluidos los que hemos tenido autovías solo desde anteayer, porque somos postre ministerial.

No es, por tanto, razonable creer que los graves problemas de articulación de las comunicaciones de Cantabria los van a solucionar las personas cuya concepción del transporte en España es el más descarnado populismo cortoplacista, contrario además a la transición ecológica que pregonan. Es muy probable que, cuando en Bruselas se pongan serios ante tanto dislate, nos lleguen a imponer el pago por uso de autovías incluso antes de que podamos gozar de un tercer carril entre Laredo y el límite vizcaíno, o circular por Aguilar-Burgos. Es más: los propios catalanes, burgaleses, aragoneses y demás volverán pronto a pagar peaje. Más importante que liberarse del peaje es liberarse del engaño. ¡Este sale mucho más caro!