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En los últimos meses he presentado una cantidad de iniciativas parlamentarias sobre la sanidad en Cantabria que, a tenor de los resultados, me resulta casi absurda. A estas alturas, ya no sé qué decir. He intentado explicar mi punto de vista desde una perspectiva de ... elección racional, apelando a valores compartidos, intentando despertar un mínimo de empatía por parte de los partidos que sostienen al gobierno, insistiendo sobre la importancia del acuerdo frente a la confrontación, lanzando un encendido elogio del consenso e incluso, en un vano intento de lograr su empatía, he dejado ver la tristeza infinita que me produce ver a la sanidad de mi región así. Mi voz es la de un simple diputado, y a estas alturas no espero que nadie del gobierno ni los partidos que lo sustentan me haga puñetero caso. Eso no quiere decir, sin embargo, que mi frustración frente a este problema y con los responsables del gobierno que deberían resolverlo, sea cada vez más descorazonadora.
Llevamos dos años con la pandemia. Dos malditos años. Releer intervenciones parlamentarias de 2019, es sencillamente deprimente. Las causas y consecuencias de la preocupante situación de la Atención Primaria en la sanidad cántabra no han variado un ápice en todo este tiempo y si lo han hecho ha sido a peor.
Tenemos un gobierno autonómico que no quiere ni reconocer el problema. Se refugia en argumentos manidos de «estar como todos» y del «y tú más». Estos gobernantes están actuando como si los ciudadanos creyeran de forma unánime todo lo que les cuentan, a pesar de que la sociedad cántabra está profundamente consternada con su labor. Un gobierno que parece creer que el hecho de que un porcentaje considerable de la población de la comunidad autónoma esté descontenta con la Atención Primaria no representa un problema, a pesar de que algunas de sus explicaciones sobre el estado del servicio de salud puedan estar más que justificadas. Un gobierno que se autoengaña y se autojustifica con el alto nivel de aprecio que los cántabros tienen de Valdecilla y otros centros sanitarios.
Este gobierno ha decidido tomar una posición completamente inflexible ante cualquier demanda, por mucho que la sociedad cántabra se lo exija.
Uno se esperaría que los gobernantes en una situación así actuaran con cierta humildad. Los votantes no les han dado la clase de apoyo abrumador que justifica gobernar sin hacerse demasiadas preguntas, aunque en la última legislatura por primera vez hayan alcanzado esa mayoría que les permite gobernar sin obligarles a alcanzar acuerdos. En estos últimos años, sin embargo, se han lanzado a una escalada de actuaciones sin sentido en una intransigencia inacabable, sin reparar en las consecuencias. Un paso, otro, otro más, hasta acabar donde estamos hoy, con la atención primaria no diría que al borde del abismo, pero cerca. La inacción de este gobierno tendrá consecuencias imprevisibles y devastadoras para la sanidad y cohesión social de la región.
Es un resultado absurdo, fruto de unas élites políticas que pillaron presa, a las que el gobierno les viene grande, que han antepuesto su ego en este problema a solucionar nada. No ha tenido en ningún momento la valentía de ceder y conformarse para intentar arreglar las cosas. No se han atrevido a decirle a los suyos que esto no va de ganar, sino sobre qué debemos hacer para que la sanidad de Cantabria no se estanque o lo que es peor no retroceda. Han acabado con una narrativa enfrentada a todos y a todo, actuando como si ellos estuvieran en completa posesión de la verdad
Revilla y Zuloaga en materia sanitaria han fracasado. Revilla nunca admitió que la política sanitaria es política y permitió que decayera. Zuloaga nunca consiguió el apoyo para lograr el respeto y reconocimiento (ni siquiera de los suyos) que le permitiera actuar con criterio.
En vez de admitir el fracaso aceptar que su política sanitaria es ahora mismo un proyecto fallido, ambos han preferido seguir adelante hasta estrellarse, sin que les importe lo más mínimo lo que venga después. Más vale honra sin barcos que barcos sin honra. Avante todo, a toda máquina.
Lo intentaré una vez más, aunque mucho me temo que nadie me hará caso: este desastre no es inevitable. El problema tiene solución. Difícil, pero la tiene. Podemos acordar reglas de juego distintas. Podemos arreglar esto antes de acabar con la mejor sanidad de nuestra historia por culpa de una incompetencia política absurda.
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