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Pertenezco a una generación en la que, cuando éramos pequeños, los mayores nos decían: «¿Quieres que te cuente el cuento de 'la buena pipa'?». Inocentes, decíamos que sí mostrando un gran entusiasmo por conocer el relato. Para nuestra sorpresa, el narrador del cuento respondía: «Que ... no te he dicho que sí, que te he dicho que si quieres que te cuente el cuento de 'la buena pipa'». Esta respuesta se reiteraba hasta el cansancio por ambas partes, el que preguntaba y el que respondía. Ahora, desde un estado adulto, pienso que, con este cuento, los adultos nos preparaban para entender el lenguaje de la palabrería vacía, que se limita a hacer promesas sin fundamento, promesas que no se van a cumplir. Algo así está ocurriendo con la salud mental en este país.
Me encuentro en este momento en el hospital con un caso de intento de suicidio: ingesta de una cantidad importante de tranquilizantes. El servicio de atención a la conducta suicida funcionó a la perfección, se atendió la llamada y se desplazaron las unidades necesarias para intervenir: ambulancia, personal especializado, policía nacional... También la intervención del médico de urgencias fue muy profesional. A pesar de las resistencias del enfermo al lavado de estómago y de querer irse a través de solicitar el alta voluntaria, la médico adoptó una postura firme: aplicó el tratamiento necesario para salvar la vida del enfermo dejando claro que no presentaba un juicio claro para tomar decisiones.
El problema llega cuando interviene psiquiatría. Y es sorprendente, incluso surrealista, que la decisión de la paciente suicida de coger el alta voluntaria aquí sí tenga peso y sea la opción más posible. Me preocupa mucho que profesionales de la salud mental consideren que el juicio de una persona que unas horas antes ha intentado quitarse la vida sea claro, no esté enajenado y no sea fruto de una descompensación mental grave.
Y frente a la polémica de ingreso sí o no, yo me pregunto: ¿una persona que acude a urgencias con un episodio cardíaco grave -un infarto- llevaría a los médicos a un planteamiento de darle el alta por mucho que él lo solicite hasta que no esté controlada la gravedad de su enfermedad y no corra peligro su vida? ¿Y por qué a una persona con una crisis mental grave, que hace un intento de suicidio, cuya mente está totalmente enajenada, no se la ingresa y se la atiende de forma hospitalaria hasta que su vida no corra peligro? ¿Cómo se puede tener en cuenta la valoración de este enfermo de irse del hospital cuando su juicio está totalmente alterado?
Los profesionales sabemos o deberíamos saber que cuando una persona se intenta quitar la vida tiene una descompensación mental que altera totalmente su juicio de realidad. Es un momento psicótico. ¿Qué ocurre con los profesionales de la salud mental a nivel hospitalario y qué ocurre con el sistema de salud para no incluir la gravedad de estos casos en las hospitalizaciones?
Llevo ejerciendo como profesional de la salud mental desde hace más de 35 años y la salud mental siempre ha sido la hija pobre de la Sanidad, pero antes se ingresaba a los pacientes con intentos autolíticos hasta que se conseguía un equilibrio en su estado mental. Ahora, con las nuevas leyes, se van a sus casas y las familias tienen que hacer el trabajo de contención y de ayuda que tendría que hacer una institución. Trabajo imposible por otro lado, que conduce a estas familias a un nivel de desesperación y angustia infernal.
El personal de las ambulancias que recoge a estos enfermos, muchos de ellos adolescentes, son espectadores de estos dramas que viven las familias sin que se aporte un remedio. Todos miramos al final para otro lado, incluso los profesionales. Por eso quiero hablar de la gravedad de este problema, de la necesidad de un protocolo para las conductas suicidas que incluyan la hospitalización y estabilización del paciente hasta que no haya un peligro para su vida, así como un seguimiento y asesoramiento para las familias a través de una vía pública o privada.
Mientras no se incluyan estos aspectos en los protocolos hospitalarios estaremos oyendo el cuento de 'la buena pipa' de los responsables de los servicios sanitarios y de los políticos.
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