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Cuando una institución gana el verbo, el ser, sin perder la preposición, el de, y viaja sin etiquetas, es que ha alcanzado la excelencia. El Ateneo, un proyecto compartido, no solo lleva el nombre de Santander, sino que, tras ver pasar por sus instalaciones la ... vida cultural de la ciudad durante un siglo, es Santander mismo. Pero permanecer en el tiempo requiere de solvencia económica, la cual llega a través de las aportaciones de los socios, la colaboración oficial y la ayuda altruista de empresas y particulares. El Ateneo quiso agradecerlo con la concesión del título de 'Ateneístas distinguidos' a nueve de los mecenas que posibilitan la continuidad de una obra pedagógica indispensable. Dar las gracias era obligado, como lo es también reconocer el trabajo de quienes, en la Junta de Gobierno, dedican horas y esfuerzo desinteresado en beneficio de la comunidad.
Por eso, porque lo creo justo, diré que no existe hoy, en mi opinión, un ateneísta más distinguido que Manuel Ángel Castañeda, su presidente, dueño de una biografía larga y brillante, en la que, si se atrevió con todo y tocó palos diversos, destaca sobremanera su capacidad para reflotar lo hundido y resucitar lo muerto. No es casual. Lo ha hecho dos veces. Nombrado director a edad temprana de un periódico en proceso de despedida y cierre, multiplicó por diez su tirada, lo situó en la cima y lo convirtió en el más rentable de España. Desde la presidencia del Ateneo transformó una institución rica en pasado y pobre en futuro, medios y programa en referencia principal de la cultura, lo que había sido. No lo consiguió solo, naturalmente, pero en ambos casos, Ateneo y El Diario, es y era el capitán al mando y suyo es el mérito de saber formar y pilotar a buenos equipos.
Abierto al público, a la tecnología y la gratuidad, puede verse actualmente en el Ateneo piano y violines, ópera y zarzuela, cine y teatro, conferencias y debates, juegos y música popular, física y ciencias del espacio, hispanidad y europeísmo, historia y matemáticas, medicina y política, religión, ensayos, novelas y cuanto despierta la curiosidad humana. El edificio, aquejado de graves achaques, conoce una nueva juventud, protegida su valiosa biblioteca y a punto para proyectarse hacia el segundo centenario. A veces no valoramos suficientemente lo que tenemos cerca y tendemos a ensalzar lo ajeno. No es uno de mis numerosos defectos. Castañeda fue mi director durante décadas, y hace unos días lo felicité por un emotivo discurso. «Ya no tienes que hacerme la pelota», me dijo en clave humorística. Cierto. Esa es la razón por la que escribo lo que escribo.
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