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El Ayuntamiento de León despidió 2019 con la aprobación, mediante votos socialistas, podemitas y del leonesismo, de la petición de segregación de las provincias de León, Zamora y Salamanca para, separadas de Castilla, constituir una comunidad autónoma, la Región de León. Alegan agravios de la ... actual autonomía castellano-leonesa (el supuesto eje del mal Burgos-Valladolid, aunque quien lea la prensa burgalesa verá, día sí y día también, ostentosos titulares contra los presuntos privilegios pucelanos) y que León es el único reino histórico español que no se ha traducido en una autonomía contemporánea (lo cual solo es medio cierto, porque Granada fue reino y otros tres territorios andaluces pertenecieron como reinos a la corona castellana hasta 1833: Sevilla, Córdoba y Jaén, y ninguno de los cuatro es autonomía hoy).
Al optar la izquierda por una estrategia identitaria leonesa para tratar de quebrar la hegemonía del centro derecha en las urnas de la meseta norte, es posible que no tardando mucho Castilla y León pierda la i griega y se separen sus nombres hoy uncidos. Cantabria tendría dos nuevos vecinos nacidos de uno viejo: León en San Glorio y alrededores, y Castilla en el resto del límite meridional. Históricamente, se consideraba el río Pisuerga como la frontera entre León y Castilla, por eso en ocasiones Palencia y Valladolid caían del lado leonés en una confusa agrupación regional de provincias, puramente cartográfica y sin trascendencia administrativa. Yo mismo tuve que estudiar en la escuela primaria aquella letanía de «León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia», mientras que Castilla la Vieja eran «Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Ávila».
Castilla y León, ciertamente, es la comunidad más extensa de la Unión Europea. Su reto geográfico y demográfico impresiona: muchos metros (el 19% de la superficie española), poca gente (el 5%). Sin la estructura provincial y de algunas comarcas bien marcadas, sería de gobernación imposible. El caso es que León no puede quejarse con plena verosimilitud. Pertenece al eje de Asturias a Andalucía occidental por Extremadura, y a Madrid por la propia capital leonesa; a la interconexión de la Meseta con Galicia septentrional; y dispone de magnífico enlace a Burgos, lo que significa valle del Ebro y Francia a partes iguales. Ocurre que Valladolid está en el camino de Portugal a Francia y además cerca del campo magnético de la urbe madrileña. Qué se le va a hacer.
La dimensión elefantiásica de Castilla y León le ha hecho quizá preocuparse menos por sus comunidades vecinas. Bastante tenían con lo suyo. Una reducción de Castilla sería positiva para Cantabria, pues la «avenida hasta el mar» desde Ávila y Segovia quedaría totalmente definida y el refuerzo de las comarcas septentrionales de Burgos y Palencia constituiría un interés autonómico especial.
Con todo, algo no encaja. El cuadrante noroeste español está en decadencia demográfica y con problemas importantes de actividad económica y servicios públicos. Puede que se note un poco menos en periferias próximas a Madrid (Valladolid, Segovia) o al País Vasco (Burgos, Santander), pero parece que la situación NW demanda coordinación política, no disgregación administrativa. ¿No sería preferible gastar en I+D+i lo que se quiere enterrar en más aparatos político-burocráticos?
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Ana del Castillo
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