Secciones
Servicios
Destacamos
Se mueren los libros a manos de la televisión o de los medios digitales? Algunos autores dan una respuesta positiva. Pero se equivocan estrepitosamente. El ... libro de papel puede competir con el libro digital y salir victorioso: Saramago decía que si un libro electrónico o una tableta no servían para leer era porque las lágrimas que la lectura nos arranca resbalan sobre sus frías superficies, en vez de empapar cálidamente el papel de las páginas.
Leer no es algo relacionado sólo con la vista; también necesita el tacto. Decimos que acariciamos sus páginas y no exageramos: hay una proximidad entre la piel y el papel que nos acerca a lo escrito y propicia que nos zambullamos en lo que nos presenta. No obstante, la explicación de la supremacía del libro no es melancólica, sino científica. El libro está pensado para forzarnos a un lúcido aislamiento. No debe haber otros estímulos que compitan con la lectura. Leer es una actividad amorosa que requiere pobreza de estímulos. Leemos para ir más allá de nuestro propio pensamiento; leer un libro exige combatir la dispersión, la brevedad y la espectacularidad encerrándonos en sus modestas páginas, como una ostra arrulla una perla. Si la televisión no exige ningún esfuerzo del televidente, adentrarse en la lectura es una tarea ardua. La lectura es una convivencia sutil entre el escritor y el lector. Es una experiencia compartida, que se enriquece por el empeño que conlleva. No hay lectura de un libro sin esfuerzo del lector. En uno de sus chistes, Forges muestra a dos de sus personajes paseando por el campo.
Cuando leemos nos situamos fuera del tiempo. Podemos detenernos en un pasaje que nos interesa, pasar por alto algunas páginas, relacionar lo leído con nuestras propias ideas y, así, profundizarlas. La lectura exige concentración, excita la fantasía y es fuente de energía para desarrollar la capacidad creadora. «Todos los buenos libros se parecen en cierta manera, ya que contienen más verdad que si hubieran ocurrido realmente. Cuando terminas de leer uno, te parece que todo lo ocurrido te ha pasado a ti y te pertenecerá para siempre: lo bueno y lo malo, el éxtasis, la desazón y el dolor, la gente y los lugares y el tiempo que hacía» (Ernest Hemingway). La literatura es un tesoro infinito de sensaciones, de experiencias y de vidas. Gracias a los libros, nuestro espíritu rompe los límites del espacio y del tiempo. Podemos vivir a la vez en nuestra propia habitación y en las playas de Troya, en las calles de Nueva York y en las llanuras heladas del Polo Norte. El libro es una ventana y también un espejo. Leer es necesario, aunque algunos lo consideren un lujo. En todo caso, se trata de un lujo de primera necesidad.
«El libro nos arranca a nuestra soledad y nos abre a la interioridad del prójimo, plasmada en sus páginas. Nos permite viajar a otros mundos, existir con otros hombres, hablar con otras palabras, pensar con otros pensares: en una palabra, tener nuevos ojos para descubrir el fondo de la realidad que nos es familiar y abrirnos a otras realidades que nos eran ajenas e insospechables. Un libro nos permite compartir la experiencia de otro ser semejante a nosotros. Su destino puede ser nuestro destino y sus aventuras, nuestras aventuras. Podemos morar en sus mansiones interiores durante los meses que dura la lectura; acompañar el río de su vida desde el nacimiento en las fuentes de la montaña hasta la desembocadura en el océano» (O. González de Cardedal).
«Los analfabetos del siglo XXI -decía Alvin Toffler- no serán aquellos que no sepan leer y escribir, sino aquellos que no puedan aprender, desaprender y reaprender». Todos nosotros somos la herencia de una biblioteca. Hay una serie de obras que nos han constituido, que operan en nosotros y que, a veces para bien y a veces para mal, nos están formando y transformando.
Los monjes leen atentamente la Biblia no para acrecentar su saber teológico ni para satisfacer su curiosidad. Quieren saber mejor quiénes son ellos mismos y descubrir el corazón de Dios en su palabra. En 'Relatos de un peregrino ruso', el famoso libro de la mística ruso-ortodoxa, un maestro espiritual (un starets) lleva en su talego un mendrugo de pan duro y la Biblia. Peregrinar al igual que leer significa estar en camino y confrontarse con las experiencias de otros, desprenderse de fijaciones y transformarse interiormente.
«La tarea del que se dedica a introducir a los niños y a los jóvenes en el reino de los libros, explica Muñoz Molina, es enseñarles que éstos no son monumentos intocables o residuos sagrados, sino testimonios cálidos de la vida de los seres humanos, palabras que nos hablan con nuestra propia voz y que pueden darnos aliento en la adversidad, y entusiasmo o fortaleza en la desgracia». Incluso Ortega y Gasset decía que los grandes escritores nos copian, porque al leerlos descubrimos que nos cuentan nuestros propios sentimientos y que piensan ideas que nosotros mismos estábamos a punto de pensar.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.