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Puede ser impresión errada mía, pero esperaba una conmoración de 90 aniversario de la Segunda República mucho más amplia que lo que he venido presenciando durante el año, y ya no queda tanto para que concluya. A lo mejor la gente se está reservando para ... el centenario. O para los fastos del 40 aniversario de la autonomía de Cantabria, magno evento en que recordar algunas hazañas pacíficas y volver a prometer las que aún no se han realizado, e incluso las que se sabe que jamás se realizarán, como un tren de alta velocidad con Bilbao. O habrá sido el covid-19.
Este año mi paso por la Feria del Libro Viejo en Farolas fue más breve, pero saqué de su postración tres libros interesantes que la efeméride merecía. Uno, que recomiendo al lector cántabro y español, es 'El eclipse de la democracia', del profesor de la Universidad de Pisa Gabriele Ranzato, que narra con buen estilo y sólido fundamento los orígenes y desarrollo de nuestra guerra incivil última, que debe de ser de las más largas de la historia, pues para algunos parece que todavía no ha terminado. A nosotros es mejor que nos cuenten nuestra historia autores extranjeros medianamente liberales, sean italianos, franceses o británicos. Es lo único que contrarresta nuestro trastorno filosófico bipolar, que igual es hasta ibérico. Ya decía el historiador Fernand Braudel, en 'La identidad de Francia', que esto que viene del pasado profundo es algo terrible.
Además, recomiendo otra adquisición, una antología de colaboraciones dedicadas en 1980 a la figura de Manuel Azaña con motivo del 40 aniversario de su fallecimiento. Escribían en esta publicación de Ediciones Edascal académicos relativamente jóvenes que luego lo serían todo, como Santos Juliá o Paul Preston, pero también gentes que habían vivido la experiencia republicana y marchado al exilio, como José Bergamín, Jorge Guillén, Juan Marichal o Francisco Ayala. También el ex intelectual fascista Ernesto Giménez Caballero, así como grandes historiadores anglosajones de lo español, como Hugh Thomas o Gabriel Jackson. El capítulo escrito por Ayala, que llegó a ser un destacado sociólogo universitario en el exilio, retrata con agudeza implacable, pero sin crueldad, el significado y función de Azaña en el decisivo primer semestre de 1936. No haré un 'spoiler' al cabo de tantos años.
Finalmente, ya incluso por deformación periodística, adquirí un volumen que recoge escritos políticos, en su mayoría artículos de prensa, del novelista Ramón Pérez de Ayala, compañero de Ortega y de Marañón en la creación de la Agrupación al Servicio de la República, que hace 90 años era lo más 'chic' en política. Los textos, de elegante acero, tocan situaciones distintas: la gran crisis nacional de 1917, la dictadura de Primo de Rivera a partir de 1923, y los meses previos a la proclamación republicana de abril de 1931.
Mientras uno va echándose a la neurona estos textos, miles de afganos huyen de su país o quieren hacerlo. Muchos son familias numerosas. Como las de otros focos de la actualidad político-humanitaria internacional: Gaza, Yemen, Mali, Sudán del Sur, Etiopía, Eritrea, Chad, Kenya, Siria, Mozambique, varias naciones de América Central y Caribe, Myanmar... Por todas partes, una misma constante: un ritmo demográfico muy superior al ritmo de crecimiento económico, con la secuela casi ineludible de la alternativa emigración o revolución. Si China no se hubiera puesto seria con lo del número de hijos (ahora ya ha abierto la mano, porque podría tener el problema contrario), hoy sería una nación de más de 2.000 millones de personas, absolutamente ingobernable y con guerras civiles horrorosas como las que sufrieron en el siglo XIX (la Rebelión Taiping, se estima que con 30 millones de muertos) o en el siglo XX (entre comunistas y nacionalistas, más la 'limpia' interna realizada por la Revolución Cultural de Mao). Si la producción crece a menos ritmo que las bocas que alimentar, la única solución pacífica es irse al lejano Oeste.
La España del primer tercio del siglo XX estaba en una situación parecida. Aún hoy vemos, en las noticias necrológicas de este periódico, la estela de largas series de hermanos en la relación de familiares de los difuntos de mayor edad, cosa que no suele suceder en los de edades más tempranas. Una España con costumbres rurales de reproducción (alentadas por la Iglesia y por temperamentos nacionalistas; Francisco es el primer Papa que ha instado a los filipinos a no reproducirse como conejos) tenía mal encaje con una economía bastante irregular, aún muy campesina, con una industria demasiado protegida y que sufrió importantes crisis. En esas situaciones de aparentes limitaciones a la prosperidad del individuo, se da la necesidad de buscar soluciones más o menos tajantes en lo colectivo, y al mismo tiempo existen unas enormes cohortes de varones jóvenes de futuros angostos, que en todas partes del mundo han sido el instrumento principal de ruptura civil.
Entre 1900 y 1930, la población de la provincia de Santander había crecido un 32%. En los treinta años siguientes, este ritmo bajó al 18%. En los otros treinta de después, 1960-1990, subió levemente a un 22%, para luego reducirse mucho, hasta la actualidad. Pero a partir de 1960 ya había un crecimiento económico que continuó sin grandes desastres. Por tanto, la España del primer tercio conjugó los problemas demográfico y económico cuando más graves eran. La del segundo bajó el pistón familiar y lanzó al mundo exiliados y emigrantes (aparte de la supresión de personas durante la guerra y posguerra, más los no-embarazos durante la contienda). La del tercero no se alejó mucho de este patrón, pero ya con una bonanza económica muy superior. La cuarta es la Cantabria demográficamente congelada, en la que las ganancias del PIB general repercuten en la mayoría de los hogares. Ahora bien, un déficit de jóvenes también es un problema. ¿Dichosos los pueblos que tienen como problema el envejecimiento? A aquella España le hubiera venido fetén que Francia o Estados Unidos acogieran a su exceso de población rural. Pero, ¿estamos nosotros ahora dispuestos a hacerlo mejor con Afganistán, Mali o Yemen?
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