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El distanciamiento físico, el uso de mascarillas faciales y la higiene de manos son estrategias no farmacológicas que han demostrado su utilidad en la reducción ... de la transmisión del SARS-CoV-2. Un modelo predictivo realizado en Canadá estimó que sin la adopción de esas medidas de salud pública, el 65% de la población se infectaría y el 3,6% de las personas infectadas morirían de covid-19 en enero de 2022. A pesar de esta y otras evidencias acerca de la reducción de la transmisión del coronavirus y otros patógenos respiratorios, el uso de la mascarilla facial ha sido y es (más aún ante las decisiones cambiantes y no siempre bien argumentadas) tema de debate. El coronavirus se transmite persona a persona, principalmente por vías respiratorias altas a través de gotas, aerosoles o fómites y la mascarilla consigue reducirlo. Los aerosoles que portan el virus se liberan al aire cuando la persona infectada estornuda , tose o respira. Un estornudo 'dispara' hasta 40.000 gotas a 100 metros/segundo y una tos genera unas 3.000 gotas.
Las mascarillas suponen la barrera física que separa la boca y nariz de cualquier contaminante en el ambiente. Incluso se ha sugerido, aunque no parece estar tan claro, que el uso de la mascarilla evita tocarse la cara con el riesgo de infección que supone. Una mascarilla normal tiene una o dos capas hechas de papel o algodón, capaz de captar partículas grandes y no se usan para prevenir infecciones. Las mascarillas quirúrgicas, frecuentemente usadas, consisten en 3 capas de polipropileno al menos, con grosor y capacidad protectora frente a partículas infecciosas variables, con una capacidad mínima de filtrar el 80% de las bacterias.
Por otro lado, hay tres tipos de mascarillas faciales según los estándares europeos: las FFP1 con una eficiencia baja del 80%, las FFP2 con una eficiencia media del 94% y las FFP3 de una eficiencia hasta 99%. Cuanto mayor es el número de la FFP, mayor protección puede ofrecer.
Por lo tanto, la eficacia del uso de las mascarillas en el control de la pandemia parece, a la luz de las innumerables evidencias científicos, fuera de toda duda. Se ha reconocido que su uso es cuestionado especialmente por la población con escaso conocimiento acerca de la pandemia, aquellos que piensan que tienen un bajo riesgo de sufrir el covid-19 y también los que desconfían de la eficacia de las medidas de salud pública. No se ha demostrado un cambio significativo estadísticamente en el uso de mascarilla en las dos semanas posteriores al establecimiento de normas por el Estado en los países donde se ha evaluado. Por lo tanto, no es suficiente con legislar. El mensaje debe ser machacón pero sin caer en el hastío, uniforme y, sobre todo, consistente. Para ello, es esencial promover y crear un ambiente que facilite la adherencia de la población a las medidas de salud pública.
Por ejemplo, la evidencia científica también deja claro que en espacios abiertos y aireados como playas o campo, y manteniendo una distancia de más de dos metros, la mascarilla no es imprescindible. Sí debe ser obligatoria, cuando no mantengamos esa distancia tanto en espacios abiertos y, sobre todo, cerrados, estén bien o mal ventilados.
Traigo aquí un argumento más a favor del uso indiscutible de las mascarillas y relacionado con la aceleración afortunadamente del ritmo de vacunación. El primero es la inmunidad de grupo que queremos alcanzar del 70%, pero estamos lejos y es fundamental parar la transmisión del virus con medidas protectoras como el uso de la mascarilla. Ello ayudará a reducir la aparición de nuevas variantes hasta que no esté protegida la mayoría de la población. La inmunidad de grupo no es un mensaje de «estamos seguros», sino de «estamos más seguros». El ejemplo, para entendernos, lo encontramos con la gripe en este año de pandemia covid-19. Podemos considerar que entre la inmunidad natural y la conseguida con la adherencia masiva a la vacuna de la gripe en este otoño, el 60% de la población habrá estado inmunizada. Sin embargo, no ha habido prácticamente casos de gripe. La razón es que a ese 60% le ha ayudado el uso del distanciamiento social y la mascarilla para conseguir casi el 100% de protección.
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Ana del Castillo
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