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La gira europea y atlántica de Joe Biden ha puesto sobre el tablero del orden mundial que América ha vuelto para retomar el liderazgo de las democracias liberales y hacerlo más fuerte y visible tras la pandemia y el paréntesis del mandato de Donald Trump. ... Después de focalizar su primer semestre en la Casa Blanca en la recuperación económica y la reactivación institucional, el veterano presidente ha aterrizado en el viejo continente para promover una posición común con las potencias atlánticas frente a la creciente influencia de China. Trazando las líneas para el fortalecimiento de un marco de intereses y valores readaptado al exigente entorno tecnológico, digitalizado y de competencia global y abriendo la puerta a una relación más saludable con Putin en el territorio euroasiático, en el que Rusia no tendría por qué ser necesariamente un rival sistémico, en el largo plazo estratégico.
Francisco Belaunde, profesor y analista de TV Perú, organizó recientemente una charla en el programa Geo Mundo en la que planteó la siguiente reflexión: «Para los Estados Unidos, China es primero un rival y luego un socio potencial, mientras que, para los países europeos, China es un socio comercial y después un potencial rival».
Esta es una de las cuestiones que el presidente norteamericano quiere transformar para después implementar una gran estrategia en la cual, la administración Biden demanda socios fiables, alineados en torno a un compromiso común y unas visiones compartidas, no influidos por tensiones políticas y liderazgos populistas, ni por la ansiedad de algunas potencias medianas por hacerse presentes en el orden internacional, sin tener suficiente solvencia ni capacidad.
Estados Unidos no puede considerar a China como un rival ocasional cuando la voluntad y la política del gobierno de Xi Jinping enfrenta a ambos países en Asia y amenaza a aliados prioritarios de los americanos como Taiwán o Japón.
El territorio asiático es parte de un escenario inalcanzable para la mayoría de los países atlánticos e inasumible para una política exterior europea tan distante como inexistente. Pero aun siendo lejano, Europa no puede moverse en un tablero que es global como si este fuera una reunión diplomática palaciega donde se invita a sus líderes sin otra justificación que su tradicional emparejamiento con la potencia americana. Biden ha venido a explicarles a los europeos que el histórico baile de salón, que dura ya ocho décadas, ha llegado a su final.
Europa, al menos una parte, considera a Rusia primero como un rival y después como un socio menor. Convive política e históricamente con la realidad territorial y militar rusa y se ampara en Estados Unidos para dirimir una parte de sus conflictos. La OTAN es uno de estos instrumentos asimétricos de la relación euroatlántica que los europeos hemos utilizado para implementar nuestro progreso, basándolo durante esta última etapa histórica en el desarrollo de unos sistemas liberales y constitucionales y en la creación de la Unión Europea.
Pero, siguiendo el argumento simple y certero del analista peruano, podríamos llegar a plantear una segunda cuestión: la de que para los europeos, la potencia euroasiática es primero un rival y luego un socio comercial, mientras que para los americanos, distantes de la inmensidad rusa y ajenos a las disputas intraeuropeas, Rusia pudiera transformarse en un interés estratégico y más adelante, en cualquier otra cosa.
En esta visión, en absoluto especulativa para los estrategas, y en otras de menor envergadura, pero a su vez muy relevantes, como lo es la modificación de la posición exterior de Estados Unidos con respecto al Sahara y Marruecos, motivada prioritariamente por razones de seguridad regional y global, algunos países como el nuestro, abocados de manera insistente hacia la catástrofe de no saber diseñar una estrategia nacional para aplicar unas políticas fiables y creíbles en el entorno aliado, ni tampoco para nuestra propia democracia constitucional, podríamos vernos sistemáticamente marginados de la toma de decisiones para la construcción del nuevo régimen de gobernanza y seguridad.
Así lo pareció reflejar el breve paseo de Joe Biden con Pedro Sánchez que deshizo en 29 segundos la aparente intención del presidente español, muy implantada en nuestra sociedad, de seguir asistiendo a los bailes de los países referentes en los próximos años sin dedicarle a nuestra idea de nación democrática, un esfuerzo político y estratégico firme y prioritario.
La guerra de las salchichas que enfrenta a Boris Johnson y la Unión Europea y el paseo de Sánchez con Joe Biden son dos metáforas de la misma tragedia. La de no ver que la competencia entre potencias y la necesidad de establecer vínculos infranqueables a partir de intereses y valores compartidos es una realidad duradera y exigente para gobiernos, actores y terceros bailarines.
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