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Cuando alguien de la Meseta manifiesta la intención de viajar a Cantabria, suele decir instintivamente «voy a subir un día de estos». Ese subir solo tiene sentido si se toma como un recorrer la superficie del globo en dirección al polo septentrional. Un australiano ... estaría en su derecho a pensar, desde su Down Under, que ese ciudadano de, digamos, Segovia, está más bien «bajando» hacia Santander. Es este, pues, un efecto del mapa y de los globos terráqueos didácticos. Pero también en nuestro propio hemisferio se puede decir que acudir desde la Meseta al Cantábrico es, propiamente, «bajar». Aunque entre Aguilar de Campoo (892 metros sobre el nivel del mar) y Reinosa (855 metros) el desnivel sea pequeño, en Bárcena de Pie de Concha ya son 600 menos que en la villa del Pisuerga, y en Torrelavega más de 800 de recorte.
Si se detiene usted a considerar la historia de Cantabria, verá que normalmente tiene que ver con el Sube-Baja, es decir, con el tráfico entre la Meseta (y sus tentáculos en los valles de los grandes ríos ibéricos), por un lado, y el ancho mar, por otro, que enlaza con Aquitania y Bretaña, con Flandes y el sur de Inglaterra. Mucho menos hemos cumplido, en general, la función de Pasa-Pasa o transversal, en la Cornisa Cantábrica.
De ahí que todas las mejoras seculares en nuestra dimensión Sube-Baja, desde las rutas prehistóricas y las calzadas romanas como la del Besaya o de Castro hasta el proyecto de ferrocarril de alta velocidad con Palencia o la mejora del puerto de San Glorio, no hayan sido sino el natural progreso de un concepto norte-sur. En cambio, las transversales siempre fueron difíciles: con pasos de barca, marismas, puertos nevados o nublados entre valles internos, como la Collada de Carmona entre Saja y Nansa, o el Collado de Hoz hacia el Deva… La particularidad etnográfica de las comarcas cántabras puede asignarse a esta dificultad de pasar de un valle a otro, combinada con la relativa facilidad para, descendiendo o remontando el curso del río mayor, conectar con la costa o con la Meseta, con los puertos de abajo o los de arriba.
El perfeccionamiento de la Autovía del Cantábrico y la futura (hoy muy remota) construcción de una Línea Ferroviaria de Altas Prestaciones con Bilbao supondría un definitivo cambio de eje respecto de la orientación «geosocial» (perdón por el palabro) tradicional de nuestra región, que ha sido la dinámica de Cuesta-Pendiente entre Europa Occidental, o simplemente Neptuno y su mapamundi, y las peripecias de los hispanos interiores. El Desembarco de Carlos V en Laredo camino de Yuste representa una vez más, con su recreación artístico-turística, esa misma trayectoria histórica. Podría decirse, en este sentido, que quizá la A-8 fue más revolucionaria que la A-67 (ciertamente, porque esta no fue prolongada desde Aguilar a Burgos por la A-73, para vergüenza de nuestro país). El lema del tren con Bilbao viene de algún modo inducido por la realidad de la absorción por Vizcaya de la vida cántabra central y oriental, lo cual sin la autovía A-8, o con la autovía A-73, hubiera sido más difícil.
Pero quédese de momento con esta idea de un gran cambio de eje geográfico en la vida cántabra, desde los desniveles meseta-costa hasta la nivelación litoral transcantábrica. Sin duda, esta reorientación presenta tres problemas mayores. El primero, que no se sabe el tiempo que será empleado en una mejor transversalidad hacia Vizcaya. El tercer carril y el tren de altas prestaciones son tortugas que ni se han colocado en la línea de salida. El segundo problema: parece muy improbable que esa arteria mayor pueda prolongarse eficazmente hacia el oeste. Todo el empeño asturiano es conectar con su propia meseta leonesa y los ejes europeos que por ahí transitan. Sin interés vecino y sin grandes poblaciones entre Torrelavega y Oviedo, no es fácil que se acometa un ferrocarril digno. Nuestra transversalidad puede ser solo Torrelavega-Castro.
El tercer problema es que, por mucho que queramos ser transcantábricos, las antiguas funciones geográficas no van a desaparecer. Los ejes de Burgos a Santoña y de Palencia a Santander no se evaporan. Liébana seguirá en relación con la montaña palentina de Cervera y la leonesa en Riaño. Los pasiegos continuarán atentos a las localidades que un día soñaron con conectar por el ferrocarril Santander-Mediterráneo. El caso es que, sin revitalización del Sube-Baja, parece extraordinariamente complicado afrontar la despoblación de muchas de nuestras comarcas rurales. Enchufarse a Bilbao convertirá esta dualidad costa-montaña en una realidad cada vez más acusada, y desde luego la diversidad etnográfica se está perdiendo ya, porque el espacio transversal es urbano y periurbano, no tradicional. La Cantabria interior podría ser al final de este siglo solo la segunda residencia de la costera. De hecho, la comunidad misma, si no corrige su estructura, podría acabar como pura región de segunda residencia para otras.
Sin que uno se niegue a aprovechar el poder horizontal de lo cantábrico (aunque los romanos no necesitaban pasar por el País Vasco para venir desde Aquitania), se pregunta qué sentido tiene renunciar a los ejes tradicionales entre mar y meseta, que han configurado a Cantabria. En amplia mirada, quizá todo es pura consecuencia de la España norteña que se vacía y que empieza a gravitar hacia Francia (que será pronto líder demográfico europeo relevando a Alemania, como en el siglo XVIII) y hacia el sur de Gran Bretaña, la isla petada que ha hecho cuestión de honor de la conversión del Canal en Mural. Si es así, los nuevos Pirineos estarán en la Cordillera Ibérica y nos arrastra una fuerza irresistible, que revoluciona nuestros fundamentos. Pero, ¿será de verdad así?
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