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Sharm-el-Seij es una ciudad balneario donde están los resorts turísticos más afamados de Egipto. Situada en la zona sur de la península del Sinaí a orillas del mar Rojo, su nombre, antes de saber que allí iba a celebrarse la cumbre del clima, ... me sonaba. No era porque la hubiera contemplado para irme de vacaciones sino porque tiene el dudoso honor de haber sido un enclave azotado por atentados terroristas y por poseer un muro de cemento y alambre de unos tres kilómetros construido para, en teoría, contener la tentación de mandar a los turistas europeos a descansar eternamente. Los muros me recuerdan al cuento de los tres cerditos; hay muy pocos que resulten verdaderamente infranqueables para la naturaleza.
Por eso, la ubicación elegida me pareció una metáfora del despropósito que va a tratarse en esta cumbre a la que no asisten los países que más contaminan el planeta, y ni tan siquiera acudirá Greta Thunberg porque ha perdido la fe. Ignoro si el enclave fue escogido para evitar a los calamitosos y pelmas activistas de tres al cuarto que se hubieran podido pegar con 'Loctite' a la barra del bufé.
Vierto sobre mi opinión gotitas de ironía porque hace más de setenta años que los científicos nos previenen de la inmensidad de un cambio climático que ya ha llegado al felpudo de nuestra casa. La cumbre nos pilla con una crisis energética e inflacionaria de la que no se va a librar nadie. No sé si a estas alturas tenemos que buscar soluciones o estudiar el tamaño de la derrota de este ser humano que ha destruido su cobijo.
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