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No es fácil entender, y menos digerir, la existencia de una maldad tan cruel, lesiva, deliberada y carente de argumentos –en definitiva, una maldad–, por ... la que un grupo de jóvenes, vejen, desprecien, humillen, arrinconen, maltraten física, psicológica o sexualmente a un compañero por el solo capricho de hacerlo, por el solo hecho de protagonizar una situación que les señale como referentes; ese grupo de perversos, carentes de criterio, vacíos de contenido emocional o de sentimientos humanos, impresiona que naveguen en la vida con las velas plegadas, por lo que jamás llegarán a ningún lugar determinado, situándose permanentemente en el abismo; la verdad es que se hace difícil de admitir este hecho como una desgraciada realidad social. Porque lo sufren más de un 9,4% de escolares, reconocido en encuestas, y más de un 15,2% de alumnos declara que en sus clases hay algún compañero que sufre acoso.
Además, uno de cada cuatro alumnos conoce a alguien en su clase que ha podido sufrir acoso, especialmente ciberbullying. Este descubrimiento de las redes sociales, al servicio de la comunicación, ha hecho que las agresiones en grupo sean las más significativas y peligrosas; gracias a ellas, las citas se consiguen con enorme facilidad y rapidez, por lo que el número de asistentes ha ido incrementándose de forma considerable, tratándose en la actualidad de un volumen llamativo, en el que la adrenalina se desborda, representando un placer de primerísima magnitud, donde todos se centran, en vez de analizar el grado de sufrimiento del humillado, vejado o maltratado, o incluso en las consecuencias sociales y personales del vil acto, en el grado, intensidad o singularidad de la violencia y en su ejecución, sin que nadie medie o intervenga para prevenir un hecho ya conocido por todos, o para obstaculizarlo, detenerlo, minimizarlo, o simplemente suspenderlo, porque no aporta más que un enorme dolor.
Pero este juego es tan jugoso, tan divertido, tan espectacular, que su crecimiento sigue siendo exponencial, tanto como el de las familias desestructuradas y permisivas, sirviendo de espoleta cualquier nimiedad, porque lo que prima son las ganas de protagonizar un drama llamativo; puede que se trate de una deformidad física del niño o niña objeto de maltrato, puede que sea de diferente color, con un carácter específico definido: poco flexible, tímido, raro… o que simplemente nos parezca más parado, más sencillo, más empollón, más hablador, que llegue tarde o pronto a las citas, o puede que pertenezca a otra cultura, raza o religión, o piense políticamente diferente; la homofobia y xenofobia son argumentos recurrentes, aunque cualquier argumento puede servir de detonador, pues la escopeta para el grupo siempre está cargada.
Schopenhauer defendía que hacemos el mal por instinto de supervivencia, queremos seguir aquí dejando huella, pero cuando esta estancia está asegurada, como en la totalidad de los casos de seres que agreden, parece que se lleva a cabo por tedio, por pereza, es una forma de despertar en la vida, a la vez de gozar de ella. Rousseau acuñó el término de buen salvaje, y defendía que las personas son buenas por naturaleza, que su tendencia es hacer el bien, pero que la sociedad, anárquica y putrefacta, nos contamina y nos empuja a la maldad. Hoy se sabe que la naturaleza está más programada para la maldad, para la destrucción, para el ataque como defensa; ante cualquier circunstancia donde se suscite temor, la respuesta es la agresión, de aquí que nacieran normas de comportamiento que nos permitieran convivir, ser los unos con los otros, y con el esfuerzo de todos poder más fácilmente progresar.
Por otra parte, somos en ocasiones así, malos, agresivos, destructores, depredadores, egoístas y perversos, amén de desconfiados y paranoicos, y nuestras obras, bien por regocijo y disfrute o por tedio o aburrimiento, pueden en ocasiones llevar el sello de la destrucción, incidiendo más en los débiles, en los chicos más solitarios, o en las chicas entre los 13 y 14 años, por lo que ha de insistirse desde las familias y el profesorado en la enseñanza del obligado respeto al otro, amén de incidir en los conceptos de igualdad, solidaridad, lealtad, amistad, colaboración, compañerismo… además, en el aprendizaje del saber estar, y dónde y para qué se está; porque más de un 21,8% de jóvenes han participado activamente en fiestas de bullying, sin saber de qué se trataba: ello implica una falta, además de información, de curiosidad e identidad de su papel en el grupo.
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