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Siendo un niño, tenía la responsabilidad vigilada de trillar, conduciendo las mulas, durante el espacio de la tarde que se iniciaba a la salida de ... la escuela. Contaba con diez años y, como a todos los niños del pueblo, nos gustaba ir sentado en el trillo, dar vueltas a la parva, y observar cómo el trillo iba lentamente cortando la paja o tallo del cereal, amén de triturando el salvado del grano. Suponía el relevo a los mayores, que aprovechaban para disfrutar de la merienda. Transcurrida una hora éramos relevados y comenzaba, no sin protestas, la hora del estudio.
Una tarde, estando tranquilo además de divertido, pues para mí suponía el acto de la trilla 'ejercer de mayor', en la era próxima trillaban dos parejas de mulas. Una la dirigía el hijo, era mayor, próximo a los sesenta años, y la otra su padre, que pasaba de los setenta años. Las parejas de mulas caminaban en sentido contrario y ello suponía una mayor eficacia para los resultados de la trilla, pero en un momento determinado las mulas no guardaron su sendero o carril y se dieron de frente. El hijo, que bebía de forma excesiva, comenzó a gritar al padre, le lanzó palabras ofensivas como incompetente, tonto, inválido, ignorante… y además, con el látigo que fustigaba a las mulas para incrementar su paso, comenzó a pegar a su padre, momento en el que todos los que estábamos en las eras vecinas nos acercamos y, después de una lucha repleta de insultos del hijo bebedor, por fin este abandonó la trilla. Aquel fue un momento enormemente amargo y triste para mí; no podía entender lo sucedido. Yo, como todos a los niños de 10 años, adoramos a los padres, que son nuestros héroes; aquellas personas a las que pretendemos emular. Se nos hacía imposible e inexplicable el acto presenciado.
Pero el tiempo pasa, y te vas formando e informando, y te das cuenta de que, aunque no excesivamente corriente, esta situación se ha venido y viene repitiendo: hijos que maltratan, ofenden, insultan, desprecian, amenazan, manipulan e hipotecan, y además agreden a sus padres. Se trata de un acto de vileza y ruindad, vergonzoso y contranatural, por lo que no es fácil mantener la serenidad cuando escuchas este relato de un padre maltratado, y menos cuando, además, disculpan en la mayoría de las ocasiones al hijo con comentarios como «es un pobre hombre, no sabe lo que hace», cuando realmente es consciente en la mayoría de los casos de lo que hace, es decir, es dueño de sus actos.
Hoy nos informan de que en el año 2023 se han denunciado 43 casos en Santander de malos tratos de hijos a sus padres, representando esta cifra entre el 10 o 15% de la totalidad del sucedido. Es un comportamiento que, como no trasciende normalmente, se ignora, no se discute a nivel social, y en consecuencia no existe, pero es tan real como la vida, tan cierto como las olas en el mar y tan triste que ahoga, que asfixia, con el que uno se puede atragantar. Cuando acude un padre a consulta y, titubeando, trata de acercarse al problema, a explicar que es objeto de malos tratos por parte de su hijo o hija, y rodea el tema con mil explicaciones, lo observas y trasmite una angustia vital, una pena enorme... no porque le maltraten, si no por el hijo o la hija que es capaz de hacerlo. Además, siente miedo cuando acude a casa y sabe que está allí el verdugo, o cuando se le espera y no sabe a qué hora llega, el desconcierto, la agitación, la inestabilidad emocional es enorme.
Se puede tratar de hijos con algún grado de patología, hijos intolerantes, impulsivos, inestables, con trastornos graves del comportamiento, con bajo umbral a la frustración, caprichosos, inmaduros cuyos deseos han de ser satisfechos aquí y ahora, también acomplejados, y algunos que han sido objeto de acoso, resentidos... Los problemas familiares, o la patología en su relación o los malos tratos observados en la misma, o las agresiones a los hijos, cuando estos son menores, en familias afuncionales, cuyo engranaje chirría, la jerarquía no existe, y los modelos son muy negativos. También se dan causas sociales, el grupo nos impregna, nos mueve en diferentes direcciones, nos empuja, y nos exige comportamientos integradores y colaborativos para ser uno más, y en ocasiones los líderes, dentro del amplio campo de sus maldades, incluyen las agresiones en general y la de los padres en particular.
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