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Es sábado por la mañana; mañana lluviosa pero con temperatura agradable. Como en alguna otra ocasión, un amigo me remite vía whatsApp un vídeo en el que se recoge el deslizar de un velero sobre una mar movida por la presencia de grandes olas, que ... pueden superar los 6 metros de altura, y que discurre de forma majestuosa movido por un viento amable, enfrentándose a las diferentes olas mirándolas de frente, en cuya superación recibe una enorme carga de agua y espuma que lo sepultan, dando la impresión de que ha sido tragado o digerido por el mar para, en fracciones de segundo, presentar su proa mirando al cielo y acariciando el agua de forma suave. Este majestuoso recorrido me recuerda al vuelo de esas aves rapaces de altos vuelos, halcón o cóndor, que en su vuelo superan los 10 metros/segundo, y que desaparecen bruscamente al romper una nube, llegando a pensar que han desaparecido, pero súbitamente surgen como de la nada, iluminadas por los rayos solares; son imágenes inigualables, llenas de una belleza singular. Ambos, a pesar de sus filigranas y serpenteos, siempre buscan el equilibrio, correspondiente al estado natural de las cosas, sobre las que se contraponen dos fuerzas que se neutralizan.
De igual forma, el individuo, arraigado a la tierra, y que se cree dueño de la misma, en su tránsito, en la andadura que ha de desarrollar a lo largo de su vida, lo normal es que encuentre, junto a grandes autopistas donde todo está facilitado y además es seductor, pequeños o grandes caminos pedregosos, salpicados de pequeñas o grandes grietas, que dificultan gravemente el recorrido, exigiendo enorme esfuerzo, y en ocasiones largos descansos e incluso rendiciones, frente a tantas graves e imprevistas dificultades: frustraciones, desencuentros, enfrentamientos, fracasos, conciencias de culpa, pérdidas,… son hechos que van a surgir y que tendremos que aprender a superar para poder llegar, nuevamente, al estado de equilibrio emocional perdido.
En este recorrido, y de forma especial cuando surgen los caminos angostos, plagados de dificultades, hemos de saber gobernar, como buenos patrones, el timón de nuestro equilibrio, que equivale a la mejor gestión de nuestras emociones. No perder la serenidad, con cuya ausencia perdemos la objetividad; las situaciones se enmarañan, las recubre cierta penumbra retadora, frente a nuestros deseos de saber, poseer, ser… y la desorientación, por el esfuerzo vacío nos impregna, llegando a perder no ya el equilibrio, sino nuestra identidad de ser un individuo sereno, educado, correcto y dialogante… al penetrar en el griterío, carente de sentido e improductivo, y por eso esterilizador. Definir nuestras metas en los diferentes campos emocionales: como padre, hijo, como hermano… o como ciudadano perteneciente a una determinada sociedad, sabiendo siempre qué es lo que yo puedo aportar, qué se espera de mí y además, de cómo yo como miembro de ésta, la puedo mejorar. Hemos de, en todo momento, saber, desde la serenidad apuntada, lo que tengo que hacer y cómo lo tengo que hacer, respetando a todos mis semejantes. Esto sencillamente se llama convivencia, o convivir, ser con todos, ser con los demás, además de con nosotros mismos.
Para definir nuestras metas, se precisa, además de una actitud interna, interiorizada en el transcurso de la vida social, cierto aprendizaje, ciertas notas de sabiduría, cierto sentido de la crítica. Vivimos en una sociedad que nos bombardea de forma permanente, no de aquello que necesitemos, sino de lo que necesitan ellos, los otros, los que nos manejan a través de los medios de comunicación social. Éstos en su conjunto nos van dando una información siempre sesgada, e interesada, y para poderla rebatir hemos de estar en guardia y no perder jamás el sentido de la crítica, del análisis, de la reflexión. La paciencia es la antítesis, que implica persistir con prudencia, acogiéndonos a nuestras coordenadas, a las que nos definen frente a los demás, por las que todo el mundo nos conoce y, desde ellas, y desde la seguridad que ellas me proporcionan, defender nuestros principios y valores, porque estos son los que hacen de nosotros una persona, frente a los otros.
Hoy estamos tratando de sortear una mar embravecida, con la presencia de agitadas olas, azotada por viento cambiante, que demanda un patrón inteligente y habilidoso, auxiliado por una tripulación homogénea, dotado con el compás que nos indique en todo momento nuestro rumbo sobre la carta marina, discutida previamente por todos, ciñendo, siempre que sea necesario, para poder cumplir fielmente con nuestra derrota, o camino, el más sereno, sosegado y aplaudido por todos.
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