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Se cumple el tercer aniversario de la pandemia del covid-19, cuyo origen se desconoce todavía con certeza cuatro años después y que fue invadiendo a todo el mundo causando desolación y muerte. Después de un primer periodo de tibieza ante tanta desolación, y declarado ... el proceso legalmente desde la OMS como epidemia, los científicos se apresuraron al descubrimiento de las vacunas, que diversas farmacéuticas pusieron en el mercado con un cierto desorden y bajo sospechas. Como había ocurrido con las mascarillas y los geles, primero, se vieron inmersas en un proceso de sobornos y malversaciones. Hasta el tema de los ataúdes, cuando eran deficitarios, propició en un primer momento el mercadeo con la muerte.
¿Carecemos de la sensibilidad suficiente y básica, como la de guardar respeto, primero, a nuestra dignidad como individuos, y para administrar de forma leal nuestros bienes sin malversar un dinero que no nos pertenece, y del que además hemos de dar cuenta, dado que somos meros administradores de su utilización en beneficio de los ciudadanos? Recuerdo con agriedad el momento, después de otros muchos habidos en la reciente historia, y que están bajo el enjuiciamiento de la justicia, en el que viví este grave problema de comportamiento oscuro y tenebroso.
Ahora, Cantabria vive un gravísimo problema provocado por un funcionario con capacidad para el ejercicio de la apropiación indebida detenido como presunto causante de un quebranto económico público de varios millones de euros.
La codicia es como el agua con sal, que cuanto más la bebes más la deseas. En esta apropiación codiciosa jamás se conoce límite, se sigue y se sigue demandando, se pierden las coordenadas del comportamiento ético, normal, y hasta que esta no es detectada, no se deja de alimentar ese deseo irrefrenable de acumular... incluso desde la propia cárcel. En cualquier lugar de reclusión se sigue alimentando, contaminando a las personas cercanas. Es como el drogadicto al que se aísla en una habitación cerrada, sin ningún contacto con el exterior, que tratará por todos los medios de contaminar a su entorno con tal de poder acceder al tóxico del que depende.
Como lo normal al principio es que lo tenga todo bien organizado, para no ser detectado, el codicioso va alimentando su ego de forma lenta valgo, soy importante, soy inteligente, puedo… Y sin darse cuenta actúa desde el narcisismo, presumido, erguido socialmente, con escasa empatía, adquiriendo una personalidad, presuntuosa, indiscreta, confiada, crecida, con expresiones de autoimportancia, que cuando se sospecha, se hace visible incluso por sus actos, se ha salido de su raíl, su camino no se corresponde con la persona que conocimos, es otra, lejana, soberbia.
En su itinerario, el codicioso va construyendo el perfil de una nueva persona, expresando un comportamiento con escasos o nulos principios morales y éticos.
La codicia crea un hábito profundo por su permanente y creciente alimentación, desde el afán de acumular riqueza del tipo que sea, sin importar al final lo que tenga que hacer para lograrlo. Van desapareciendo los límites conductuales hasta llegar a diluirse, incrementándose de forma desmedida sus bienes, sin tener en cuenta lo que esto conlleva, o lo que signifique para los demás. Es su lema. El único objetivo es aumentar su riqueza y poder, que, al final, sólo tendrá fin cuando acabe devorado por él. En este punto viene muy al caso la conocida fábula del rey Midas, que solicitó a su dios que todo lo que tocara se convirtiera en oro y al tocar a su propia hija la convirtió en oro. Este es, sin duda, el fin del codicioso.
La codicia busca llenar un vacío emocional que, sin embargo, nunca se termina de llenar así. Es un enorme pozo sin fondo. Los individuos que la ejercen sienten que ese pozo no se llena nunca, que cada día necesitan aportar más y más, provocando que acabe siendo una tortura el hecho de que no llegue a conseguir tanto como desean. Y es que ese deseo no se apaga. Al contrario, exige cada vez más, de aquí que el final, simplemente, no llegue a producirse jamás. Es equiparable con una adicción, de tal forma que algunos autores hablan de una disminución de la corteza prefrontal, donde se plasma la gratificación de los individuos, a la vez de cierta perturbación mental que anula su capacidad para percibir el riesgo.
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