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Es relativamente frecuente, especialmente en estos días de vacaciones, (escribo este artículo en las vacaciones navideñas del 2024), que algunos padres se acerquen a la ... consulta porque uno de sus hijos menores de edad no obtiene las notas deseadas, incluso estando repitiendo curso. «Repite curso, se supone que conoce las asignaturas, y que alguna de las lecciones habrá leído durante el curso anterior y, sin embargo, acude a casa siempre con dos o más suspensos. En nada se parece a su hermana mayor, que nos exige que le preguntemos la lección antes de irse a la cama, teniendo que aceptar esta petición porque, de no ser así, queda insatisfecha y no puede dormir». Podría el niño no tener hermanos, o tratarse de una familia numerosa, pero siempre que se trata de una familia con más de un hijo, normalmente se establece una comparación entre ellos en la que queda perjudicado el que acude a consulta porque, además, sin darnos cuenta, a cada uno de los hijos le asignamos un papel; el mayor es listísimo, muy inteligente, despierto, todo lo ve hecho; la pequeña es una trasto, le gusta la diversión, es muy simpática, sabe ganarse a todos, y además aprueba; pero éste, el protagonista de la consulta, es un vago, no trabaja nada, se despista ante cualquier cosa, le gusta demasiado el móvil, de tal forma que hay que andar detrás de él, pero incluso así no consigue nada... pensamos que no tiene la inteligencia de sus hermanos.
No es fácil en esta situación, cuando los roles de los niños están tan encorsetados, establecer un diálogo productivo con los padres en el que podamos demostrarles que la inteligencia es mucho más de un hecho concreto, o un número, y que, por lo tanto, en la situación que comentan intervienen varios factores. Lo primero, es importante observar si se da algún tipo de problema físico en el niño, porque normalmente pasan desapercibidos: ¿oye bien?, ¿ve correctamente? Porque si se sitúa en la última fila es posible que no oiga correctamente o vea correctamente. Después, observar a los compañeros de al lado, si le inquietan o incluso le acosan, pasando por último a aprender a diferenciar entre capacidad y competencia.
Cuando un niño es capaz de realizar algo, hablamos de que es competente o habilidoso en ese algo, sabe resolver tal o cual cosa; si en ocasiones no lo sabe, pero tiene capital intelectual para realizarlo, estamos frente a lo que denominamos capacidad, es decir, correctamente enseñado y adiestrado, es capaz de resolver lo que se le pide. Esto en el fondo quiere decir que un porcentaje apreciable de niños y niñas, por las circunstancias que sean, especialmente por la híper protección, por la ausencia de una enseñanza adecuada, o por el temperamento, es más apático o tímido y en consecuencia más o menos participativo. Le cuesta más implicarse, y en consecuencia su ritmo de desarrollo en principio es más lento, de tal forma que el nivel de conocimientos a la misma edad que otros niños, es inferior. ¿Quiere decir que carece de una inteligencia normal? No, simplemente que su desarrollo es más lento. Esta situación en ocasiones plantea a los padres un grave problema; recordar que Gates nunca terminó sus estudios, Einstein se pensó que era retrasado, y a Edison le aseguraron sus profesores que no sería capaz de hacer o ser nada en la vida.
Por otra parte, desde 1983, de la mano de Gardner surgió una teoría revolucionaria: la inteligencia no se puede expresar mediante un coeficiente como se venía haciendo, es algo más complejo y plural, al darse la realidad de diferentes tipos de inteligencia, destacando especialmente ocho: la lingüística, la lógico matemática, la musical, espacial, corporal, interpersonal e intrapersonal, a las que se sumó años después la correspondiente a la naturaleza, o interés por el espacio que habitamos o podemos habitar que implica su conocimiento y cuidados.
A éstas hay que sumar la inteligencia emocional, capacidad para integrar los acontecimientos vitales que experimentamos a lo largo de nuestra vida, y que nos permite la 'digestión' de su huella sin que ésta ocasione síntoma o trastorno en nuestro comportamiento. La inteligencia colaborativa es la más moderna, y ha nacido de la mano de la inteligencia artificial que tanta ayuda puede proporcionar al individuo. La pretensión es la de diseñar un circuito que conexione nuestro cerebro con la inteligencia artificial, de la que se pueda enriquecer en conocimientos, abriendo así un nuevo camino, del que sólo se conocen los deseos.
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Ana del Castillo
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