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Desde siempre, como hijo de un agricultor cuyo trabajo era eterno, pues cuando no era un tipo de labor era el siguiente, esperaba despierto el amanecer. Se podían observar los rayos luminosos del sol asomarse en el horizonte lejano, como un conejo cuando sale de ... su madriguera y en la puerta de entrada de ésta se para, otea el horizonte y se hace visible saltando. Aquí el sol hace una lenta aproximación, y su luz comienza a iluminar como una tea enorme y fulgurante, para al final dar plenamente su cara, que te cegaba al observarla (me refiero a las vacaciones de verano). En este momento a todos nos llegaba un sentimiento: el de la esperanza de un buen día. Se daba comienzo a la tarea, la luz iluminaba todo el páramo y, entre charlas y cánticos, se discutía, primero el orden de la tarea a realizar, y una vez en el puesto de trabajo, solamente se hacían dos paradas al día, a la hora del almuerzo y de la merienda. Cuando la masa enorme, ya amarillenta pero aún caliente y luminosa, se acercaba al horizonte para esconderse lentamente, se cogía el apero y nos poníamos en dirección a nuestra casa. El camino se hacía ameno, se hablaba mucho y de todo, se reía con ganas, pues siempre había algún chistoso, y el camino, contagiosamente alegre, nos conducía buscando el merecido descanso para iniciar mañana un nuevo 'buen día'. No había tregua, era la hora de recoger la cosecha, tiempo sagrado.
Todos sabíamos cuál era nuestra tarea, aunque el patrón cargaba con la responsabilidad de la organización y gestión de tiempo. Todos cumplían, todos como uno vivían cada momento con intensidad, sabiendo cuál era su objetivo, las relaciones eran amables, llenas de calor y de solidaridad, se vivía el apoyo moral y físico, que se expresaba de muchas formas, por lo que aunque el trabajo fuera duro, no se daba sentimiento de dolor alguno, al estar situado en un ambiente de paz, de tal forma que, cuando se suscitaba un problema, se comentaba. El patrón, con los mayores del grupo, siempre llegaban a un acuerdo; el diálogo era siempre sereno y productivo, además de tranquilizador.
Esta fue la escuela en la que aprendimos todas aquellas personas que nacimos en el siglo pasado, tampoco hace tanto. Se conocía el equipo, como grupo de personas que se comunicaban para aunar sus fuerzas y conseguir más fácilmente las cosas; aprendimos dónde se situaba la autoridad, además de en las personas mayores y los representantes del Estado; aprendimos a convivir y a trabajar juntos, a sonreír, a dialogar, a utilizar las palabras y el tiempo para ponerse de acuerdo, a disfrutar los fines de semana que no se trabajaba, a saber cuál era la responsabilidad de cada uno, a solicitar ayuda cuando la necesitabas, o prestar colaboración y solidaridad con aquel que lo pasaba mal. La TV llegó tarde, y pocas viviendas contaban con ella, pero no era necesaria. Todos los comentarios llegaban a todos, porque todos eran uno; se daban desacuerdos, enfrentamientos, discusiones… pero lo normal era que aquellos familiares mayores de cada familia mediaran, y siempre se llegaba a acuerdos. Yo no recuerdo que jamás hubiera un grave problema.
Esta es nuestra herencia, aquella nacida del esfuerzo, del trabajo silencioso, con el mejor contacto emocional con cuantos te rodeaban, con el espíritu más colaborador y solidario, con una visión global del grupo y de sus necesidades, desde la humildad, sin gritos ni actitudes intempestivas, con el afecto y sonrisa en los labios, cultivando el espíritu del perdón… Todo ello y mucho más heredamos, recogimos, aprendimos, interiorizamos, porque lo vivimos y sentimos en el alma, de aquí que cuando sin querer, sin desear, incluso sin esperar, en ocasiones veo un telediario, y señalan como noticiable tanta y tanta basura, desprecios, insultos, amenazas, violencia, presunciones, promesas incumplidas, acusaciones verdaderas o falsas, disparate tras disparate, las preguntas que me hago son: ¿en qué escuela de la vida habrán estudiado?, ¿qué tipo de interacciones sociales habrán tenido en sus años de desarrollo?, ¿en qué lugar del mundo se habrán formado?, ¿a qué universidad o escuela habrán asistido?; porque se da un enorme desprecio a la autocrítica, jamás se arrepienten de nada, jamás ninguno ha aceptado un error, ni ha solicitado una disculpa, ni muchos menos un perdón. ¿Es que son perfectos? La respuesta es obvia, parece que estamos frente a personas defectuales, al vivir y expresarse siempre desde la perfección, cuando ésta no existe entre nosotros.
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