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Pensando la tranquila mañana del día 19 de febrero, y observando cómo los pescadores, con sus pequeños barcos, se ocupan de obtener alguna pieza. Transita por mi mente en blanco la situación de esa norma tan discutida a todos los niveles y conocida por el ... pueblo como la ley del 'solo sí es sí'. Una ley revivida por una visita en mi consulta de una persona joven que ha sufrido un asalto a su dignidad y que me explica cómo viene padeciendo una inquietud que le quita el sueño porque el individuo, vomitivo y cruel, después de unos años en la cárcel, de acuerdo con esta ley, será puesto en la vía pública. Recordaba entonces un incidente que, siendo niño, ocurrió en mi pueblo.
Mi pueblo, que como todos son fuentes de enseñanza cuando reflexionas con tranquilidad sobre el pasado, se sitúa en la margen de un gran río con su orilla, un oasis de arboleda, chopos y negrillos junto con peñas que exigen que el río se divida en regajales turbulentos para superarlas. La estancia en este lugar es ensoñadora, luminosa y placentera, sobre todo en verano. Allí acude la gente de paseo, toma asiento, observa la fuerza de la corriente y oye el rumor del murmullo del agua; todo en su conjunto es armonioso y placentero.
Ocurre, no obstante, que el camino hasta este lugar estaba sembrado de obstáculos, por lo que el Ayuntamiento procedió a un diseño alternativo adquiriendo un terreno. Sin embargo, con el paso del tiempo observaron que no habían salvado totalmente el obstáculo, recurriendo, después de las normales discusiones por parte de los concejales, a un nuevo diseño que facilitara el camino. Un acto que la población en su totalidad aplaudió. Es evidente, según Bertrand Russell, que «gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas».
La elaboración de la ley, algo necesario, ejemplar, imprescindible y de enorme trascendencia social, parece que presenta ciertas rendijas por las que, sin esperarlo, ni mucho menos desearlo, casi un millar de individuos han sido sorprendidos con la disminución de las penas que venían cumpliendo, siendo muchos de ellos excarcelados. Hacer constar que no por más pena se obtienen mayores beneficios; no se da esa relación positiva, pero sí se da que las personas perjudicadas en su dignidad, en lo más hondo de su corazón, en su integridad como personas, todas, habían realizado un itinerario de acuerdo con las penas de sus agresores, realizado con esfuerzo, además de con mucho miedo, y el amparo que éste les ofrecía ha desaparecido para ellas así como para su familia. Nadie se puede extrañar de que el soberbio, prepotente, o paranoico, o criminal enjaulado, salga con el ímpetu redoblado, y sus viles y destructoras hazañas puedan volver a repetirse.
Con este planteamiento, sencillo, horizontal, real como la vida misma que nadie puede objetar ni discutir porque la realidad se impone, lo queramos o no, ¿dónde situamos la incapacidad, o la negación de una rectificación de la ley, taponando aquellas rendijas que han permitido lo inesperado, tan negativo, frustrante, y peligroso para muchas familias? ¿Se hace tan difícil dialogar, en beneficio de aquellas personas que hemos sin desearlo perjudicado, en su más profunda entraña, que puede ser su vida, además de la vida de sus hijos? ¿Dónde se sitúa la dificultad, el obstáculo, la inhibición, cuando luchamos todos por el bien común y seguridad de todos?
Escuchamos más que palabras, gritos, ronquidos, o alaridos, además de quejas, o incluso culpas… de los otros. Todos, en determinadas cuestiones formamos parte del mismo pasaje, no sé de nadie que desee la violentación de otro ser, o la destrucción, vejación o humillación; nadie es tan perverso para que su pensamiento discurra por ese sendero, con excepción del ser marginal. Por otra parte, el diálogo, la cercanía, en el entendimiento que es más gestual y silencioso, que verbal, en medio de aplausos, y en coro, nos debe permitir, después del contraste de criterios, la unificación de los mismos, pensando en el objetivo deseado, jamás en el ego absurdo, que por hambriento desde una pobreza insípida, siempre se añora.
Desde la humildad de un ciudadano, observador de una realidad impuesta, enormemente angustiosa para una población considerable, y gestada por una falta de experiencia, capacidad, o formación, solicito, reflexión y maduración a los responsables, para que a la mayor brevedad pongan fin a este 'desatino'.
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