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La dialéctica del enfrentamiento entre políticos, o personas elegidas que ejercen el servicio público, ha superado todo lo esperado. Carece de límites, de tal forma que cualquiera –repito, cualquiera que represente los intereses de un partido, un vecino normal, un ferretero, portero o vendedor de ... viviendas, o gerente de una empresa, o profesor… afiliado de base de un partido, además del presidente de éste, secretario o vocal de la ejecutiva– se siente con el derecho de afirmar sin pruebas la barbaridad más absurda y dañina. Una provocación por la que los iguales de los otros partidos hacen lo mismo, de tal forma que, como chiquillos mal educados, pasan el tiempo escupiéndose estupideces en lugar de gestionar nuestros impuestos. Quizás, se me ocurre, ¿este discurso de enfrentamiento obedecerá a que no saben hacer lo suyo, aquello por lo que cobran, y por ello tienen tanto tiempo para manifestar boberías, además de corromperse, defraudar, estafar… aprovechándose de los privilegios de su autoridad? ¡Ya está bien! Por vergüenza torera no pueden seguir así; por respeto a tanto trabajador que suda diariamente para dar de comer a su familia; a tantos jóvenes en paro con formación universitaria o FP, a tantas parejas que tiene dificultades para pagar su hipoteca, a tantos y tantos que no consiguen emanciparse por carecer de vivienda y de empleo; a tantos y tantos mayores que malviven en residencias, además de con escasos ingresos económicos, con escaso control sanitario, siendo el abandono cada día mayor. Por respeto también al sistema sanitario, necesitado de personal, fundamentalmente especializado, y de tecnología; al sistema educativo, que en vez de ejemplo de cordura, responsabilidad, trabajo, esfuerzo y dedicación, nos vamos instalando en el 'buenismo', en la aceptación sin exigencia, en la ausencia del cultivo del pensamiento crítico, en la irracionalidad de la ausencia de ensamblaje, entre, la dotación de saberes y las necesidades, y todo ello desde la cultura del esfuerzo, de la perseverancia y exigencia.
El desacuerdo no es nuevo, siempre ha formado parte de nuestra cotidianidad, pero junto a otros valores como, por ejemplo, el de la cooperación, lo singular de este momento es que la confrontación en política, es el argumento único y permanente, permeando lentamente para implicar a la sociedad, llegando como consecuencia la discordia como fruto. No es difícil observar, estando tranquilamente compartiendo con un amigo, la presencia de un conocido de este que de forma espontánea, sin titubeos, afirme: «es que aquellos son unos ladrones, unos sinvergüenzas», careciendo de la confianza de los presentes. Es simplemente su verdad, que sin reparos la pone resueltamente al descubierto, provocando una situación de, o pierdes la amistad del amigo, al ofrecer una respuesta discordante, o aceptas y contemporizas. ¿Cómo ilustrar al ignorante, que cree estar siempre en posesión de la verdad? Bertrand Russell decía: «Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo, se deben a que los ignorantes están seguros y los inteligentes llenos de dudas». Aquí, además de ignorantes, que los hay, abundan los fanáticos, individuos que sin criterio propio, ni formación específica, son informados por una corriente de opinión y que, al estar vacíos, se la apropian, la hacen suya, y sin crítica, y en ausencia de reflexión, se ciegan defendiendo una situación apropiada, con anteojeras.
El rescoldo de esta actitud social yo creo que no está en relación con la guerra de los treinta años, más bien Westfalia, terminó definiendo fronteras y afirmando países y religiones. Puede que las tres guerras civiles hayan incendiado este fuego. La guerra de sucesión, en sus tres desgraciados episodios, dejó marcas de distanciamiento entre los dos bandos, situación que aún se palpa, y que por conveniencias políticas se trae con demasiada frecuencia al presente, de forma interesada. Aunque quizás sea la sublevación, cuarta guerra civil, la que más influencia ha tenido en el enfrentamiento, en la medida que aún viven personas que la sufrieron, en carne de sus padres, tíos y abuelos, además de amigos, y que aún está presente, porque sus muertos mantienen una llamada permanente.
Obviamente, estos antecedentes bien condimentados con mentiras, negaciones y medias verdades, han supuesto el caldo de cultivo necesario, para que los enfrentamientos, el desprecio incluso a nivel personal, el odio, y el rencor, aún estén presente, en el corazón de muchos ciudadanos; ¡qué pena!, qué pesada carga, qué miseria, cuánta pobreza de espíritu. Ha llegado el momento de perder el apego al poder, y poner en práctica el cultivo del perdón, el de la solidaridad... y que fructifiquen entre nosotros, dando como fruto el afecto, la concordia y la amistad.
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