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Desde el nacimiento de la humanidad, es decir, desde siempre, el individuo comenzó su andadura de forma itinerante: recorría praderas y bosques y cruzaba ríos. Primero, huyendo de los animales salvajes que diezmaban poblaciones y, segundo, buscando alimentos con los que nutrirse. Por ello, cuando ... la vida le sorprendió presentándole campos productivos de los que sustentarse, además de ser poco peligrosos, dejó de huir y de subirse a los árboles como medio de defensa. De aquí que no se entienda la enorme sorpresa que causa en estos momentos el deambular permanente de las personas, porque esta actitud ha persistido en el tiempo, obviamente hoy obedeciendo a otros motivos, especialmente a las guerras, como olas de fuego devastadoras que destruyen cuanto tocan, o a las catástrofes naturales… que exigen al individuo desplazamientos hacia lugares donde poder estar más seguros, y además poder encontrar abrigo y alimentos.
Desde esta perspectiva, estamos donde estuvimos siempre, nada ha cambiado. ¿Qué les corresponde a los grupos de poblaciones situadas en lugares inseguros, escasos en alimentos, donde además pueden ser maltratados, vejados, humillados y violentados…? La búsqueda de lugares donde simplemente poder vivir en paz, además de ofrecer a sus hijos una vida amable y productiva. Hoy la inestabilidad del norte de África es grande; el proceso de descolonización fue en la mayoría de los casos muy turbulento, por lo que, en muy poco tiempo, hemos asistido a la aparición de tres dictaduras junto a otras tantas autocracias, así como a la venta permanente de sus recursos, hidrocarburos, metales, y especialmente tierras ricas de tal forma que la vida, además de insegura, no ofrece futuro y se hace enormemente peligrosa.
Esto implica que surja una palpitante inquietud por parte de la población por el encuentro de un lugar seguro donde el futuro pueda tocarse con la mano, circunstancia que aprovechan los carroñeros para vender fantasiosamente ese deseo a cambio de grades cantidades de dinero sin que se ofrezca seguridad en el tránsito. Son dos fuerzas convergentes difíciles de disociar; una, que nace del deseo de seguir la familia junta y en lugar seguro, y la otra, el ofrecimiento de cumplir esa posibilidad en los países más cercanos, donde al final podrán asentarse y producir, confundiéndose algún día con los nativos del lugar.
Cuando nos preguntamos si puede darse otra respuesta a la precariedad, o a la destrucción, creo que no, por lo que no nos ha de extrañar a nosotros, tierra de migrantes que históricamente ha sido invadida por diversos pueblos. Por ello debemos de mantener una actitud de comprensión y ayuda, aunque hemos de coincidir en que algo ha de cambiar.
El movimiento migratorio actual es rabiosamente cruel, no podemos permitir que personas maltratadas, cuyo sufrimiento durante años ha sido inhumano, pudiendo llegar desde la hambruna al asesinato, puedan ser asaltadas en su camino de migrantes y despojadas de sus bienes y de su dignidad, e incluso puedan ser vendidas o alquiladas para el servicio de los poderosos. O en otros muchos casos, que se queden en el camino siendo pasto de los peces. Alrededor de 9.000 lo han sido en la última década. Es un hecho que ocurre, y a nosotros nos asiste toda la razón y la fuerza para evitarlo, entre otras circunstancias porque los necesitamos. Se hace vital rejuvenecer nuestra población que lentamente envejece. Hasta el 2053 necesitamos la llegada de 24 millones de migrantes; de no ser así, las pensiones serán en 50 años una fantasía.
La situación actual es muy delicada, al alejarse cada día más una respuesta respetuosa y humana. Lo observamos por el alejamiento de criterio de los dos partidos mayoritarios, amén de la contemplación de unas visiones de la realidad dispares entre la Europa del norte y del sur, de aquí que se hace urgente una iniciativa conjunta que ordene la actual anarquía mediante la puesta en funcionamiento de una migración ordenada. Los efectos negativos actuales se irradian en toda Europa, amén de que la precariedad y sufrimiento de muchos pueblos se está cronificando.
Sería conveniente, mediante convenio, la fijación de los migrantes en sus países de origen mediante el compromiso de formarlos, trasladándolos al final para ejercer profesionalmente de forma legal y, segundo, comprometerse con los países de origen en la vigilancia de sus fronteras. Quizás esta sencilla propuesta no sea fácil de aplicar, pero representaría un cambio de actitud de los países, en otro tiempo esquilmadores, y también cierta inyección económica para el país de origen a través de subvenciones a los gobiernos y de las remesas de capital de los migrantes trabajadores. Los españoles, en situación análoga, poblaron media Europa en la década de los sesenta.
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