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El negacionismo como movimiento social ha ido impregnando a la sociedad actual, incidiendo en todos aquellos pilares en los que esta descansa, con la constante siembra de dudas, controversias, hipótesis, posibles alternativas, sobre la casi totalidad de nuestras creencias, precipitando confusiones y desórdenes sociales, desencuentros, ... enfrentamientos, agitaciones puntuales… Caldo de cultivo en definitiva de la génesis de grupos de fanáticos, carentes de espíritu crítico, y por ello incapaces de discernir, cuyo objetivo esencial es el aprovechamiento de esta nebulosa que oscurece el horizonte de nuestras realidades interiorizadas para conseguir liderar el malestar social conseguido e ir tomando lentamente cuotas de poder.
Son cifras, pero enormemente expresivas: 32.644 mujeres fueron violentadas en el año 2022, y 1.245 asesinadas desde 2003, cinco solamente en el pasado mes de abril; son números que describen una realidad innegable, demostrando que el machismo existe, que el individuo, violento, controlador, posesivo, vigilante…, que se cree dueño de una mujer; o el inmaduro, fanático, impulsivo, caprichoso, narcisista..., que espera ser querido por quien no le quiere; o el sutil pasivo agresivo, que a la vez que complace, violenta, equilibrio que si se rompe, aflora un impulso de brutalidad primitiva. Estos perfiles de individuos en su conjunto, mantienen unas relaciones absolutamente patológicas con las mujeres, por lo que al final, al no conseguir lo que desean, al sentirse defraudados en sus deseos y fantasías, las violentan o asesinan.
Esta realidad, que vivimos desgraciadamente todos los días –sólo hace falta mirar lo ocurrido durante el pasado fin de semana–, que tiñe nuestra existencia de negro, tres, cuatro o cinco veces al mes, no parece que todo el mundo lo vea así, no parece que penetre en algunas conciencias o inteligencias, porque lo niegan cada día más personas, especialmente entre los jóvenes y adolescentes. Los datos recogidos el último cuatrienio permiten observar un incremento ostensible en el número de personas que niegan este problema social: la cuarta parte de los varones entre los 15 y 19 años defienden que la violencia machista no existe, que es un invento ideológico, respuesta que se identifica con postulados políticos que van calando socialmente.
Además, el porcentaje señalado sigue subiendo, de tal forma que en los últimos dos años ha aumentado tres puntos. Pero no sólo los chicos piensan así, también las chicas, triplicándose en los últimos cuatro años: una de cada siete chicas defiende que el maltrato es un invento, pasando los que piensan así de un residual 5,7% en 2019 a un 13,2% en el año 2023. A esto debemos añadir que desde 2019 han aumentado más del 50% los jóvenes españoles que apuestan por el conformismo, «que esto no es de hoy, ni es malo ni bueno, se trata de un hecho normal, que siempre se ha dado, y que es fruto de la convivencia de pareja». Cuyo relato, respetando el espíritu de tal pensamiento, «que esto está aceptado como normal». Penetrando en esta realidad, hemos de apuntar que el violento, el maltratador, el acosador o el asesino son fruto de una sociedad a la que todos pertenecemos, la mayoría se han escolarizado, incluso han conseguido un grado universitario, aunque el grueso lo formen individuos de baja cultura y comportamientos primitivos. Si sabemos que en la formación y desarrollo de cada individuo, el treinta por ciento le viene dado de forma genética y el resto, el setenta por ciento, por el ambiente en el que ha crecido, convendremos que todos tenemos cierto grado de responsabilidad social mediante la interacción en los distintos grupos sociales.
La familia es básica, es donde damos los primeros pasos como seres vivos, aquí la madre verdadera o sustituta nos amamanta y nos toma de la mano, reparte cariño, calor, ternura, paz, serenidad; calma el ambiente, señalando la paz, y junto a esto, observamos y aceptamos la autoridad del padre, de los hermanos mayores; convivimos y todos formamos parte de un mismo ente, plural y heterogéneo, porque somos singulares, distintos y únicos. La riqueza o pobreza, la inquietud o desasosiego en el que se desenvuelva, las interacciones que ejercemos para compartir en la vida, para el enfrentamiento con los otros, todo ello es vital a la hora de configurar la gran obra de un nuevo ser.
La escuela vendría en segundo lugar, porque es aquí donde siendo aún niños estamos participando con los otros, y el respeto, la consideración, la cooperación, la solidaridad o el atropello, la zancadilla, el acoso o la irresponsabilidad…, van a ser un gran refuerzo en uno u otro sentido. Lo mismo se podría decir de las compañías; tóxicas, malignas o destructoras de la edad adulta, desarrolladas en grupo. El niño no es un juguete, respetémosle.
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