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Aquí van dos opiniones que no tienen nada en común. «No entiendo cómo insistes en ir al psiquiatra, ya sabes cómo funcionan; te dan pastillas ... y más pastillas hasta atontarte», dice una. «¿Cuántas veces te tengo que decir que tienes que buscar ayuda? A mi hermana le ocurrió algo parecido y gracias a una compañera, que le dio la dirección de un psiquiatra, ya está mucho mejor», dice la otra.
Como puede apreciar el lector, en la primera se rechaza de plano la actividad del profesional de la psiquiatría; en cambio, en la segunda se le ensalza, se le da el valor que realmente tiene. La pregunta es: ¿por qué ocurre esto? ¿por qué no se acepta la especialidad médica de psiquiatría, en muchos casos vital?
Para poderlo entender, tenemos que tener en cuenta que hasta la década de los años setenta en los centros ambulatorios tan sólo existía la neuropsiquiatría, una especialidad mixta que trataba indistintamente a pacientes neurológicos y psiquiátricos, no siempre con el debido acierto. Tampoco existía la psiquiatría en los hospitales generales, a excepción de los de Valdecilla, Basurto y Santa Cruz y San Pablo. Comenzó a acercarse poco y poco y no fue hasta años más tarde cuando se implantaron las urgencias psiquiátricas.
Hasta entonces, a la mayoría le eran familiares los psiquiátricos como centros oscuros de reclusión y marginación social, de una bolsa de población enferma, marginada, delincuentes, asociales, epilépticos graves, histéricos descompensados, esquizofrénicos con sintomatología activa… y cuyos tratamientos eran especialmente de contención, a saber, camisas de fuerza y drogas químicas para controlar su agitación, o simplemente para ordenar la convivencia. No es de extrañar que estas imágenes, representadas en cientos de películas, de dibujos o de fotografías, nos produzcan tristeza, miedo, fantasía aniquiladora de la personalidad y con ello el rechazo claramente explícito del tratamiento del psiquiatra.
Hoy, afortunadamente, la situación es totalmente diferente. Lo es desde 1973, año en el que los profesionales españoles, siguiendo el camino iniciado por sus colegas de otras latitudes, propiciaron un cambio que originó otra manera de actuar en la que se incluye a la comunidad como parte vital de tratamiento. Y así hoy se la conoce mejor, y puede, mediante un arsenal terapéutico prolijo, disminuir el dolor moral y serenar el ánimo del individuo enfermo.
Tenemos que evitar entre todos el llamado efecto 'nocebo', que no es más que la actitud negativa y de rechazo a la visita o al contacto con el psiquiatra, y aceptar que en nuestro cerebro está depositada una sala de máquinas encargada de regular todos los aspectos de nuestra vida, orgánica y emocional, el ritmo cardíaco o respiratorio y digestivo, y la atención, concentración y memoria, etc. Este artilugio, vela por nuestro equilibrio homeostático ambiental, por unas relaciones sociales sanas, por un sueño reparador, por un humor sereno y esperanzador, por una afectividad agradable y serena, por un estar placentero, por un análisis en calma, por la búsqueda de un futuro más seguro y prometedor, por la conservación de nuestras amistades, dándonos la paciencia e inteligencia necesaria.
En definitiva, es el motor que alimenta nuestro estar en el mundo, ordenándolo, jerarquizando hechos y circunstancias, ordenado momentos, asistiendo al paso del tiempo de forma natural, con el grado de esperanza correspondiente, etc.
Pero vivimos en un mundo que nos inquieta, que nos exige, que nos requiere y demanda, que nos manipula y sorprende, que nos fatiga y nos cansa, y ello contribuye en ocasiones a cierto desequilibrio de nuestra sala de máquinas, necesitando nuestra intervención, con el objetivo de recobrar su equilibrio.
Para ello disponemos de tres tipos de armas. Los fármacos, de los que tenemos un amplio abanico y que dispensamos con muchos años de experiencia, sabiendo cuáles son sus efectos deseados y no deseados. La psicoterapia, o técnicas especiales de diálogo con el paciente, cuyo objetivo fundamental es el de interpretar y resolver sus problemas emocionales, base de su malestar. (Estas dos armas deben caminar de forma paralela y ordenada, siendo esencial su alian- za en el 90% de los trastornos). Y una actitud positiva y colaboradora del paciente así como de las personas que forman su entorno, familiar, social y laboral. Muy poderosa.
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