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Iba a la escuela de mi pueblo como casi todos los niños, porque algunos ya habían comenzado a ejercer labores propias de adulto. Había un crío de nueve años, que de forma constante llegaba tarde. Tal es así, que el gracioso de clase, le apodó ... como 'el tren de las once', nombre con el que todos nos referíamos a él. Este apodo se universalizó, acudiéndose a él de forma ofensiva. Esta ofensa se convirtió con el tiempo en burla y de aquí pasó a empujones o zancadillas, que de forma puntual se le propinaban. Al maestro parece que le pasó desapercibido, y la situación derivó en que un grupo de niños le defendíamos y el otro grupo le ofendía cada día más. Terminó el tema con la intervención de la madre de 'el tren de las once', que se puso en contacto con el resto de las madres y, por la presión de su influencia, el maestro intervino para amparar al necesitado. A partir de ese momento le propiciaba unas amabilidades impropias por lo exageradas, de tal forma que aquel visible suceso desapareció aunque el tren siguió llegando a las once, contando con el beneplácito del maestro. ¿Se daban intereses entre el maestro y los padres del niño?
Todo esto me recuerda al tren de las once que vienen utilizando los políticos catalanes. De forma lenta, pero constante, han ido elaborando un itinerario cuyo objetivo final, de una minoría de sus ciudadanos, es independizarse del resto de los españoles. La historia nos indica que, con la unión de los cuatro reinos de la época, Navarra, Granada, Castilla y Aragón, corona que integraba, además de los condados Catalanesa, el Reino de Valencia y a diversas regiones extra peninsulares, se creó la Nación Española, una de las más antiguas de Europa.
Actitudes narcisistas de diversos políticos catalanes han ido acaparando cierta atención: revolución de 1640; tercera guerra de sucesión en 1714; proposición de independencia propuesta por Artur Mas que, con una participación del 80,76%, votaron de forma afirmativa el 37%; el referéndum del 1 de octubre de 2017, que declaró, a la vez que suspendió, la independencia. El resultado de esta estrategia ha agudizado la visión narcisista y aprovechando las facilidades de una ley electoral injusta y un distanciamiento despreciativo, insultante y estúpido de los dos partidos mayoritarios, al saberse por ello imprescindibles en la formación del gobierno de España, 'el tren de las once' no ha dejado de realizar continuos viajes con cargas cada día más cuantiosas del partido gobernante. Incluso hasta el presidente del Gobierno se desplaza allende nuestras fronteras a visitar a un prófugo de la justicia.
Aquí, el presidente, como el maestro del pueblo, no ha sabido estar; su actitud ha sido inexplicable. Sabe por la historia el objetivo que persigue 'el tren de las once': conseguir mayores compensaciones, incluso ciertas cuotas de gratificación extraordinarias, llamativas, que no le corresponden. Son las dos situaciones análogas, además de paradójicas. Se incumplen las normas e incluso se critican y se enfrentan a ellas; un grupo de ciudadanos aplaude y otro se siente ofendido pero, al final, siempre se imponen los intereses de los Narcisos conductores del tren de las once, jamás la de los ciudadanos, la de aquellos que les han votado, algo que sería coherente, esperado y legal.
Esta situación se viene a coronar con la solicitud de una entrevista por parte del presidente del Gobierno al representante de la oposición, exigiendo éste, que se quiere reunir en el Parlamento, o Cámara de Diputados, lugar donde se discuten los intereses de los ciudadanos, algo impropio de ambos, porque existe una presidencia de Gobierno donde el presidente ha de recibir a cualquier ciudadano, es el hábitat propio de la Presidencia, el que da el espacio legal, para que pueda ejercer sus funciones.
En cuanto al verificador, observador, coordinador, o póngase el nombre que se quiera, es algo tan anómalo que marcará época, si pensamos en las funciones de nuestros representantes, como responsables del grado de bienestar de los ciudadanos, todos los representantes han de caminar en la misma dirección. Puede que el orden en las prioridades no sea equivalente, pero las necesidades se saben, y él cómo responder a las mismas, también, de aquí que el diálogo permitirá, al tener todos el mismo encargo, llegar a acuerdos, con cesiones de unos y los otros. Las comunidades de vecinos son un humilde ejemplo. Hay varias cosas que hacer, y se sortea o se vota cual es la más urgente, sabiendo que todas son necesarias. De no entenderlo así, es que los intereses que se debaten son personales.
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