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Transcurrido un año desde el nacimiento, nos ponemos en posición de bipedestación y comenzamos a movernos; nos desplazamos torpemente y tocamos todas las cosas de ... nuestro alrededor y así da comienzo nuestra socialización. Palparemos más aquellas más cercanas y que más nos estimulen, hasta situarnos frente a otros niños con los que trataremos de interactuar, lo podemos observar en las guarderías. Los empujamos, pegamos, o damos un zapatazo, nos abrazamos, nos besamos, intercambiamos cosas, las robamos, las escondemos de los otros, las regalamos, solicitamos compañía... A la vez que la rechazamos, recibimos golpes, nos damos cuenta de quién puede más y nos retiramos o huimos y llorando negamos que hemos hecho algo prohibido y acusamos a otros. Es la escuela de aprendizaje social, donde damos los primeros pasos literalmente hablando, pero en este caso moviéndonos. Los primeros en estar con los otros y así, lentamente, vamos interiorizando los valores: amistad, respeto, lealtad, paciencia, perdón, gratitud, cooperación, responsabilidad, tolerancia, confianza, amor, amistad…
Los valores son nuestros, sin ellos no podríamos convivir, implicarnos conjuntamente en la obtención o la lucha por algo; en su ausencia la vida sería un erial sin sentido, un vacío existencial, la nada, de aquí que frente a una línea continua en una carretera, sepamos todos responder, como frente a un stop o una bandera roja en una playa en el verano, o ante el letrero de silencio. El cumplimiento de todo eso y de otras miles de cosas más nos permite a todos saber estar, ser adecuados, en definitiva convivir. No obstante, siempre habrá alguno a nuestro lado que robe algo en el supermercado, que grite en espacios donde el silencio es la ley, que pise la raya continua o sobrepase la velocidad permitida y que, sabiéndose a salvo, meta la mano en el cajón que es de todos, o que obedeciendo a sus básicos instintos de animal violente a una mujer o algún hombre, o que recién bajado del árbol donde gateaba no hace tantos siglos, pisotee la lealtad, el respeto al otro, desconociendo el concepto de dignidad, ladrando, enseñando los dientes, y apuntando con el dedo. No hace muchas fechas vimos televisadas actitudes que yo viví en la taberna de mi pueblo cuando regresaba a mi casa de vacaciones, junto a mis padres. En ocasiones, alguna persona sin cepillar, después de consumir dos copas, en la euforia y desinhibición provocada por el efecto de la sustancia psicoactiva, surgía siempre, ante la circunstancia más insignificante, el grito de la bestia y el comportamiento del cuadrúpedo. El resto del grupo, sorprendido, en silencio soportaba el espectáculo; sabia de qué se trataba y sonriendo esperaba a que el efecto del vapor se resolviera, y todo volviera a su ser. Son espectáculos que en ocasiones se observan, bien porque falta el brillo de la cultura, o el de la limpieza de detritus de la compostura. Pero en la ocasión a la que me refiero que fue televisada, se llegó más lejos porque, a priori, se trata de personas que han pisado la universidad y siempre se supone que ésta te presta cierta pátina, desde la cual, aquellos valores universales siempre obran el poder de la referencia. Sin embargo, aquí se olvidaron e incluso los despreciaron.
No se puede negar la diferencia de una autocracia y una democracia. En ésta participa el ciudadano mediante el voto y se asienta en tres poderes fundamentales, más el cuarto, el de la información en libertad. En la autocracia nada de esto se observa, el respeto a los derechos del otro no existe, como su participación en la elección de los responsables del gobierno. Con esta premisa, en el año 2014 un país autócrata invadió por la fuerza la península de Crimea y Sebastopol, ciudad autónoma. Admitida por la fuerza de las armas esta situación, se firmó un protocolo con testigos, por el que Rusia aceptaba el compromiso de no repetir la misma acción. Sin embargo, ahora hace tres años que un día, sin que se diera circunstancia alguna, las tropas invadieron Ucrania, estado independiente, con fronteras reconocidas internacionalmente, adueñándose de alrededor del 20% de su territorio después de miles de muertos y de una masiva destrucción del territorio. Aunque ayudada por los países europeos y EE UU, sigue viva la contienda y solamente se necesita para su fin que Rusia reconozca la invasión, que se retiren las tropas que ocupan el terreno robado y que reconstruya la devastación provocada. De no ser así, de aceptar la desaparición de las fronteras, China invadirá Formosa; EE UU, Groenlandia y el Canal de Panamá, y Rusia la parte de Europa que desee.
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