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La banalidad del mal

Para Eichmann, la Solución Final «constituía un trabajo, una rutina cotidiana, con sus buenos y malos momentos»

Agustín Riveiro

Santander

Sábado, 1 de febrero 2020, 07:47

El 11 de mayo de 1960, a las seis y media de la tarde, tres hombres se acercaron a Ricardo Klement, un alemán que vivía en Buenos Aires. Lo metieron en un coche y lo llevaron a una casa alquilada en la misma ciudad. El ... interrogatorio no fue muy largo, Klement en seguida les dijo: «Ich bin Adolf Eichmann», yo soy Adolf Eichmann. Es decir, el teniente coronel que durante la Segunda Guerra Mundial estuvo a cargo de los transportes de los deportados a los campos de concentración en Alemania y Europa del Este. Lo llevaron a Jerusalén, donde Eichmann fue juzgado y condenado a muerte. Este proceso se alargó hasta diciembre de 1961, sin contar la apelación, y a él asistió la filósofa Hannah Arendt. Era una filósofa judía nacida en Alemania que había huido a Estados Unidos en 1941. Al encontrarse frente a Eichmann, escribió que «a pesar de los esfuerzos del fiscal, cualquiera podía darse cuenta de que aquel hombre no era un monstruo». Arendt ve a un hombre no muy inteligente que habla con frases hechas y a quien le sigue preocupando no haber llegado a coronel.

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