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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre la injusta mala fama que tienen los bancos, a pesar del grandísimo servicio que nos prestan a todos, lo amables que son sus gentes, las ventajas que tiene el tuyo y las facilidades que nos dan ... para cumplir nuestros sueños. Como que, lejos de ser esos usureros sacaperras que te cobran hasta por respirar, según los describen algunos desalmados, los bancos son entidades amigas y los banqueros, sin excepciones, siempre están dispuestos a echarte un cable cuando lo necesitas e incluso cuando no lo necesitas. Tres de mis últimas experiencias no hacen sino corroborar lo antedicho. Te las cuento.
Primera. Acompañé a un familiar cercano, nonagenario, para más señas, a su entidad, a fin de que su esposa y dos hijas, también presentes, tuvieran autorización para hacer los necesarios movimientos que el anciano ya no puede gestionar, pues apenas sale ya de casa. Como su presencia era, por lo visto, inexcusable, allá lo arrastramos en silla de ruedas, lo cual fue una suerte, pues la decoración minimalista del local no permitía groseras sillas en que alguna persona pudiera sentarse. Naturalmente, esa misma decoración evitaba mesas y despachos, de suerte que el empleado se situaba detrás de un mostrador y el cliente delante, con todos los demás clientes detrás, a un metro y medio, para que tuvieras intimidad. Para más inri, el mostrador tenía una elevada altura que obligaba al anciano a levantarse, a pesar de que apenas se tenía en pie, cada vez que tenía que estampar su compleja y temblorosa firma de las de antes. Tampoco le resultaba fácil, desde ahí abajo y a sus años, escuchar las indicaciones del empleado, parapetado detrás de mascarilla y mampara protectora. Los demás clientes debieron de pasárselo en grande escuchando las voces, especialmente la parte en que el abuelo comprendió que su cuenta era antigua y que por ello llevaban años cobrándole unas comisiones altísimas, que ahora le iban a quitar, a condición de hacer gasto con una tarjeta nueva y estupenda que nunca va a usar. Naturalmente, todos los intentos del empleado de convencerlo para que usara la banca en línea, a través de su teléfono, fueron inútiles, pues no tiene móvil y depende de sus familiares para cualquier operación. Todos nos reímos mucho.
Segunda. Recibí llamada recientemente de mi madre, octogenaria en este caso, para decirme que le pedían en su banco ciertos datos míos necesarios, para que yo pudiera seguir figurando en su cuenta como persona autorizada. Supuse que se trataría de actualizar mi documento de identidad, recientemente renovado... pero no: querían datos sobre mis ingresos, cuantía y procedencia. Me puse en contacto con el amable banquero, director de la sucursal, para averiguar si realmente era eso lo que querían o se trataba de un error, como sospechaba. No había error: era justamente eso lo que solicitaban. Le pregunté entonces a cuento de qué venían esas peticiones, resultando que yo no era cliente de esa entidad y que solo figuraba en esa cuenta como autorizado. La respuesta fue que «el sistema» lo pedía, que el mundo era así, que los «de arriba» (sic) siempre tenían más facilidades que los de abajo y que, si no proporcionaba la información, no podría figurar como persona autorizada. Aporté los datos.
Tercera. Hace pocos días, mi esposa y yo fuimos objeto de un hurto en Madrid, hacia las 23.00 h. Nos quedamos los dos sin dinero, sin tarjetas bancarias, sin documentación y sin otros objetos personales. Por suerte, salvamos los móviles y, para cuando nos dimos cuenta de la sustracción, comprobamos que los ladrones ya habían hecho gastos a nuestra cuenta. Llamamos de inmediato al banco para seguir instrucciones y sí, fueron raudísimos en anular y encargar nuevas tarjetas, al módico precio de unos cuantos euros cada una. Tras poner la correspondiente denuncia, volví a llamar al banco para saber cómo podía disponer de alguna cantidad, al menos para salir del paso y volver en taxi al hotel, muy alejado de la comisaría en que estábamos, y a esas horas. Pues que no podía disponer de mi dinero. Al miserable que tal me dijo le debería caer la cara de vergüenza, pues existen mecanismos para sacar dinero del cajero sin tarjeta y con ayuda de un tercero que, por lo visto, él no conocía. Qué bonito paseo de madrugada, de unos cuatro kilómetros, nos dimos hasta el hotel y lo bien que dormimos.
Pues ya ves. ¿Y todavía te quejas de los bancos? Por favor, no seas desagradecido.
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