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En una reciente carta al director publicada en este mismo periódico leía la pregunta que su autor se hacía de dónde estará la bandera que orgullosamente ondeaba, con gran satisfacción de los santanderinos, o al menos de una parte importante de los mismos, en ... la rotonda de Puertochico.
La pregunta que se hacía este lector se la hacen también muchos santanderinos, así como otros muchos visitantes que llegan a nuestra ciudad y que veían con agrado, cuando no con envidia, como nuestra enseña nacional lucía gallarda en una plaza tan emblemática de la ciudad.
Ha transcurrido ya mucho tiempo desde que la misma fue retirada para arreglar, se nos dijo, su mástil, y desde entonces nada hemos sabido de ella. ¿Tanto se tardará en arreglar un simple mástil por muy deteriorado que aquel estuviera? Y si el mismo no tuviera arreglo, ¿tan difícil será hacer otro igual? Supongo que por dinero no será, pues aunque las arcas municipales no estén muy bollantes, que no lo sé, supongo que para arreglar un mástil o hacer uno nuevo habrá calderilla suficiente, y en caso de escasez total siempre podrían recurrir a hacer una pequeña colecta, que seguro recaudaban fácilmente los fondos necesarios para tal menester.
Es de suponer, al menos eso quisiéramos creer muchos, que el retraso en la colocación del nuevo mástil responde a un problema de logística y no de querer retirar de nuestra ciudad un símbolo tan emblemático como era la gran bandera nacional que ondeaba al viento en Puertochico, siguiendo así el mismo destino de otras enseñas nacionales en algunos edificios oficiales, en cuya parte superior ondeaba en solitario, señalando que allí había un órgano administrativo del Gobierno de España. Como tales medidas queremos creer que obedecen a nuestra tradicional discreción confiemos que por una vez dejemos esta a un lado y volvamos a poner en el sitio que corresponde a un símbolo nacional, cual es la bandera de España, que a todos nos representa.
Discreción, por cierto, que se hace patente en otros aspectos de nuestra ciudad, como es el caso que hace unos días escuché entrando en tren a Santander. Uno de los viajeros le comentó a su compañero, señalando hacia nuestro hospital de referencia: mira, ese conjunto de edificios es Valdecilla. Sorprendido, el viajero le dijo a su interlocutor que no entendía que un hospital de renombre, como es Valdecilla, no tuviera en todo lo alto un cartel que lo indicase con grandes letras, incluso luminosas, para que se vieran por la noche, señalizando así a todo el que entrase a nuestra ciudad un hospital conocido en toda España. Quizás, añadió, tal cartel esté en su parte delantera, a lo que su interlocutor contestó que no le constaba que ello fuera así, pero que tan pronto tuviese ocasión lo comprobaría, hecho que yo mismo hice al día siguiente -pues confieso que no me había percatado nunca de ello, quizás porque le tenemos tan interiorizado que sobra para nosotros toda señalización-, y comprobé con tristeza que dicho letrero, más allá de uno pequeño junto a la puerta de acceso al mismo, tampoco existe en la parte delantera del edificio principal.
Y puestos ya a hablar de discreción no podemos por menos de señalar ese pequeño monolito que se hizo en La Albericia con el que recordar a las tres víctimas de la sinrazón etarra, que en el año 1992 asesinó allí con un coche bomba a tres inocentes e hirió a otros diecisiete. Bueno sería, como alguno ha pedido en ocasiones, realizar en una plaza céntrica de nuestra ciudad, un gran monumento en homenaje y recuerdo de los cántabros asesinados por ETA, dentro y fuera de nuestra región, para que las futuras generaciones no olviden sus nombres, ni mucho menos la organización criminal, que perpetró tales crímenes, el cual vendría a complementar el ya existente en La Magdalena dedicado a todas las víctimas del terrorismo, para lo que, quizás, la base de la gran bandera en la rotonda de Puertochico podría ser un buen lugar.
A tal efecto deberíamos darnos prisa antes de que una ley de falsa memoria, inspirada e impulsada por los herederos de los terroristas, impida levantar ningún tipo de homenaje a sus víctimas, ya que ello, alegarán, lleva a la división y al rencor, aunque luego ellos harán, faltaría más, sus propios monumentos, ikurriña incluida, con los que homenajear a los heroicos gudaris que con su maestría en el manejo de las bombas y las pistolas tanto hicieron por el noble pueblo vasco.
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