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'1917': 2019 119 min Reino Unido. Dirección. Sam Mendes. Guion. Mendes, Krysty Wilson-Cairns. Música: Thomas Newman. Fotografía: Roger Deakins. Reparto: George MacKay, Dean-Charles Chapman, Richard Madden, Benedict Cumberbatch, Mark Strong, Colin Firth, Andrew Scott, Teresa Mahoney, Daniel Mays, Adrian Scarborough. Género: Bélico. ... Salas: Cinesa y Peñacastillo
La película se abre y se cierra en silencio. Porque el cine siempre ha sido silente, susurro, como una brisa leve que envuelve las historias. Y '1917' es, por encima de todo, una narración, potente a veces, pasional otras, casi invisible cuando el agotamiento vence en esta batalla de vida y muerte, de supervivencia y destino. Vaya por delante para quienes dudaban de si el virtuosismo era el principio y el final del nuevo filme de San Mendes, que ese fantasma queda disipado.
Forma y fondo conviven en armonía y el cacareado plano secuencia no es más que una elección de estilo. El que lo tuvo difícil, por razones técnicas obvias, fue Hitchcock en 'La soga'. El canon lo dejó grabado a fuego Orson Welles en 'Sed de mal' y los ejemplos recientes han dejado obras mayores como 'Birdman' de Iñárritu.
En '1917' la impresionante fotografía de Roger Deakins (su labor se convierte en otro personaje más) dialoga con los escenarios y estos con las emociones. Es banal y superfluo detenerse en buscar un fallo en la continuidad en tiempo real de la cámara o quedar fijado en la pirueta. El asombro resulta del prodigioso equilibrio que demuestra Mendes en su habilidad técnica y en su capacidad para elevar el detalle y el gesto a la categoría de acontecimiento. Sin desmoronarse, empuñando una cámara física y valiente pero oxigenada y equilibrada, logra que la destreza digital nunca tome el mando.
Esta inmersión en el mes de abril de 1917 de la conocida antes como 'la Gran Guerra', desciende a las entrañas bélicas y se vuelve episódica, cercana, y –ese es su mayor valor–, tan monumental como intimista.
El cineasta de 'American beauty', que ya convirtió en un campo minado la batalla de amor/odio, necesidad y repulsión, de dos criaturas en una cocina en 'Revolutionary road', insufla ardor guerrero y aliento poético por igual a este viaje de dos soldados en una misión desesperada. Y en ese trayecto de barro, sangre, absurdo, horror, supervivencia y también humanismo al límite, Mendes levanta su propio 'Fitzcarraldo'.
Un filme de apariencia barroca, pero transparente, frío y tenso a la vez, y arrebatador, dividido en dos por un desmayo, y sin más tregua que las pausas y miradas emocionales de los personajes, entre ellos la propia naturaleza. Hay otros trayectos dentro de este periplo bélico. Los que parten de la luz y van hacia la oscuridad, y viceversa. De un campo abierto a una trinchera. De la inmensidad de una batalla a un rostro. De la perplejidad a la mirada cansada. De la sangre brotando a borbotones de una herida mortal al ocre de un escenario fantasmal. Del lodo, la metralla y el polvo a la escritura de una carta arrugada. De 'Sin novedad en el frente' a 'Armas al hombro' y 'Senderos de gloria'. No hay glorificación ni discurso militante. Solo hay espanto y azar. La poética finalista de una pesadilla. Y la única orden con sentido: sobrevivir. Los travellings feroces y furiosos, también los leves y sutiles, forman parte de este hipnótico fresco de crueldad, de precisión y desgarro. Hasta la meta, que es principio. La belleza en el horror y la rabia en el dolor.
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