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1 Producimos mucha basura. Y la porquería nos desborda. Contaminamos las ciudades, y el campo, y el mar, y los ríos, y el aire que respiramos.
Los plásticos, las latas, los desperdicios están tirados en cualquier sitio. Y demasiada gente permanece indiferente. ¿No es triste? ¿ ... No es un disparate? ¿Cómo no actuamos para evitar este gravísimo problema?
2. En un pueblo de Extremadura me sorprendió que las fachadas de las casas estaban impolutas, de un blanco inmaculado. En las calles no había papeles, ni latas de cerveza, ni bolsas de plástico. Y en los espacios entre las aceras y la carretera no crecían hierbas.
Esta limpieza es producto de un tipo de «cultura»; es consecuencia de la costumbre; es el resultado de una forma de entender la vida y las relaciones entre los vecinos. Existen usos generalizados -y conciencia de obligatoriedad- que hacen que la población conserve sus casas, limpie su trozo de acera y contribuya al mantenimiento de «su pueblo». En esta conservación del entorno se ponen de manifiesto normas no escritas, pero arraigadas en el estilo de vida de esta población rural.
3. Regreso a mi región y en una preciosa localidad costera me encuentro, además de con mil disparates urbanísticos que rompen el entorno, con basura por todos los lados. Siento vergüenza ajena. Y rabia. ¿En qué pensarán los que gobiernan el ayuntamiento? ¿Qué opinarán los partidos de la oposición? ¿Los vecinos se habrán acostumbrado a vivir rodeados de suciedad?
4. Somos la «sociedad del despilfarro»; sí, la «sociedad Kleenex». Producimos y tiramos sin parar, y sin pensar, y sin responsabilidad. Y así nos va. En el camino del «progreso técnico» se han perdido costumbres valiosas y se han tomado atajos equivocados.
Se nos han olvidado los valores comunitarios; hablamos de «mi coche», «mi casa», en lugar de decir: «nuestro barrio», «nuestro pueblo», «nuestro río», «nuestro monte». Detrás de lo anterior se encuentra la ausencia de educación cívica y del valor de respeto al otro: al vecino, al forastero, y también a nuestros hijos.
5. La limpieza, la ausencia de basura, está relacionada con la belleza, el orden, la salud, la calidad de vida, el bienestar. Y la suciedad, la contaminación (y el destrozo urbanístico), está vinculada con lo feo, lo insano, la incultura, y provoca malestar. La contaminación, la degradación ambiental, la basura y el «feísmo» también repercuten en la «autoestima grupal» y en la imagen que esa sociedad transmite al exterior. Y, para rematarlo, esa contaminación y esa basura cuesta dinero; en definitiva, sale caro en muchos sentidos.
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