Secciones
Servicios
Destacamos
Pesebre. Establo. Nacimiento. Todos los sustantivos apuntan en la misma dirección y con idéntico sentido. Al hecho de los hechos, para los cristianos.
El nacimiento ... en Belén del Redentor, el niño Jesús, va para dos mil años. La catequesis, en su día, y la literatura de los clásicos y la iconografía de los grandes maestros nos ha familiarizado con los elementos esenciales del belén. Tres: María (la madre), José (el padre) y Jesús (el hijo, Dios hecho hombre). Con ellos, la mula y el buey, dando calor, se asumen por la tradición y el Evangelio apócrifo del pseudo Mateo, escrito muy tardíamente en el siglo VII por un desconocido.
Dichos animalitos, tan propios de un establo, confieren a la escena un aire sencillo, tierno y cordial, acentuando la pobreza que envuelve la cuna, de paja elaborada (o no) en forma de cestillo. Coronando la escena, los ángeles revolotean diferenciando la tierra del cielo, lo terrenal de lo divino. Y en el cielo, la larga y plateada cola de la estrella anuncia el camino a los Reyes Magos, que llegan en sus camellos, con su cortejo de pajes. Y para que haya Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad, los pastorcillos cantores, con sus elementales instrumentos de caña y sus tamboriles de cuero, humanizan la escena.
Lo demás, sobra. El belén no es una feria. Ni un circo. Es manifestación de un hecho esencial. Y su mejor representación, la más auténtica, es hija del barro. Arcilla modelada por barristas de corazón sagrado. En el portal de belén, hay estrellas, sol y luna. La Virgen y San José. Y el Niño que está en la cuna. Felicidades, que «hasta San Antón, pascuas son».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.