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Este año cambió hasta el Belén. Jesús y María cuando fueron a la posada, se encontraron a la Posadera, las puertas y las manos abiertas. ... Lleno estaba de gentes de todo sitio y lugar. Personas como ellos, que solo querían un hogar, un futuro y que les diesen la oportunidad de ganarse con el sudor de su frente el bendito pan.
Herodes por la pandemia cerró su castillo a cal y canto, hizo PCR a todos sus guardias y les ordenó que no salieran del recinto. Miraron para otro lado, pues no querían hallar lo que no tenían. No recibieron a los magos, y ni siquiera salieron para matar inocentes. Los magos tardaron un poco más en venir por aquello de los controles sanitarios. No tuvieron que mentir a Herodes, y llegaron con más ilusión que nunca a adorar al Niño, ofreciéndole vacunas definitivas contra el hambre, la miseria y el egoísmo.
Los pastores, cantaban y danzaban, guardando la distancia preceptiva, pero sabiendo que por fin había llegado el cordero que reinaría entre los humildes y dispersaría a los soberbios y poderosos lobos de dos patas.
Los ángeles vestían uniformes de enfermeras, médicos, policías y bomberos. Cantaban «Hosanna en el cielo a los hombres de buena voluntad», y bendecían a aquellos que no son virus para ellos ni para los demás.
San José acababa un cartel homologado para indicar cómo llegar al portal de Belén, Jesús sonreía y María lloraba de felicidad. Por una vez, el amor, la solidaridad y la paz no necesitaron perímetro ni distancia social. La mentira fue desterrada y Dios se hizo hombre para siempre y de verdad.
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