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Mira por donde, Benito, hoy escribo tu nombre en este mi 'Soportal' de Torrelavega. No fue nuestra amistad ese lazo que une desde la infancia o en los años juveniles universitarios. Desde mi destino y trabajo profesional en esta ciudad del Besaya, un día – ... ya lejano– conocí a este veterinario. Al haber sido mi padre veterinario militar, desde un principio mantuvimos cierta afinidad, pero además percibí que los profesionales y amigos de Torrelavega lo apreciaban. Ya era doctor en veterinaria. En 1967 había defendido su tesis doctoral 'El Género Patella de la bahía de Santander, características biológicas y bromatológicas' en la Facultad de Veterinaria de León. Muy pronto me percaté de que era un veterinario muy especial.
¿Cómo no disfrutar de vez en cuando polemizando sobre Menéndez Pelayo, la ciencia española o los heterodoxos krausistas? ¿O acaso debatir sobre la Institución Libre de Enseñanza de aquella España que no pudo ser? Hablar contigo de Galdós, de José María Pereda, de Emilia Pardo Bazán o Concepción Arenal, ya fuese en una conversación informal o escucharte en una conferencia, era un auténtico lujo, Benito. Fuimos testigos del difícil reto que venciste al frente de la Real Sociedad Menéndez y Pelayo. Hasta eras maestro con alguna rabieta inoportuna que muy pronto te pasaba. La belleza de la tauromaquia; el arte y la mitología custodiados celosamente en nuestras cuevas…, pocos temas quedaban ocultos a tus inquietudes investigadoras de enciclopedista… De la mano de este amigo, Benito Madariaga, Cronista Oficial de Santander –quizás de toda Cantabria–, bien fácil ha sido para mí conocer y amar esta tierra. ¿Algún día veremos tu nombre en una calle de la ciudad?
Liberal e independiente, ahora ya no podré pedirte consejo o cambiar impresiones en tu despacho del Centro Madrazo; tampoco voy a encontrarte por Bonifaz, ni en Peña Herbosa, ni te veré en compañía de Celia por el Paseo de Pereda. En realidad no nos veíamos desde hacía unos meses y extrañábamos tus ausencias en las sesiones de la Real Academia. No es nuestra la culpa; no podemos huir del tiempo: es el tiempo el que huye de nosotros y sin poder evitarlo cambia el rumbo de nuestras vidas. Prefiero no escribir una necrológica. Otros ya lo han hecho muy bien con autoridad y sentimiento. Doy gracias a Dios por haberte conocido. Estos años de amistad compartida han sido un regalo.
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