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En estas elecciones hay un asunto latente sobre el que, los que lo promueven y los que lo toleran, pasan de puntillas, pero que resulta trascendental: la existencia de la propia Cantabria.
No es una hipérbole porque los hay que se manifiestan recentralizadores como paso ... previo al desmantelamiento del Estado autonómico. De hecho, vienen socavando nuestra identidad en lo más básico, arrinconando nuestra bandera y el uso de nuestro propio nombre, Cantabria. Y con esta gente está dispuesto a gobernar la alternativa, que ni rechista ni rechaza las pretensiones de su futuro socio.
No es un tema menor. Por lo que ya de por sí significa y porque quien no cree en la autonomía y la ningunea, malamente puede defenderla. Alguien se cree, por ejemplo que, en un escenario de reforma del sistema de financiación, esos mismos ¿serían capaces de defender nuestras singularidades como las defiende quien cree en su tierra?
La autonomía significa mucho más que una mera descentralización; básicamente consiste en que un territorio, Cantabria, manifieste su visión propia con voz autónoma; en resumen, un Gobierno reivindicativo que mire por el interés de su autonomía y no se pliegue al dictado de una sede central a la que, además, importamos un ápice.
Los intereses de Cantabria se defienden sin complejos, ataduras ni dictados, que no de forma timorata y regresiva. Mirando al futuro, no al pasado. Usted lector, lectora, lo sabe. Y sabe quién hace lo uno y lo otro. Lo que está en juego, sí, es la propia Cantabria.
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