Donde nadie lee la Biblia

Qué labia tiene, rediez.

Mas como habla en lengua madre no le entiende ni su padre.

La joco-seria cuarteta le retrata saliendo de Asturias para Cantabria. Procedente de Villaviciosa, patria de las avellanas, donde se le niega tan sabroso fruto, George Borrow (1803-1891), cruza en jaca el río Deva, deambula por verdes praderas con vacas paciendo y llega a San Vicente de la Barquera tras cuatro largas horas al trote, regocijándose al paso en la contemplación del litoral, sonreído por puñetas de juez disfrazadas de oleaje.

Entre la tierra y el mar, cruza un extenso bosque, con barrancos y rocas, que aviva en su magín la fabulosa cueva de Rolando, en la antesala del «país de Gil Blas». A Santillana del Mar, llega al atardecer. Y no pisa sus empedradas calles porque amenaza tormenta. Para dormir a pierna suelta, escoge una venta con un enorme fresno a la entrada. Cuatro mil habitantes atribuye a «la que ni es santa, ni llana ni tiene mar», a seis leguas escasas de Santander. A donde llega un día después, al alba.

De su estancia a orillas de la bahía, con incesante ir y venir de barcos mercantes en el puerto, marinos con los brazos tatuados con calaveras y una población estimada en unos sesenta mil habitantes, los amantes de la historiografía local hallarán gran información sobre el Santander decimonónico en 'La Biblia en España' (1842). Publicada en español en el año 1921, con prólogo de Manuel Azaña. Gran admirador del osado inglés que vino a vender biblias a un país caracterizado por ser más papista que el Papa. Que, al sur de los Pirineos, hasta el más tonto nace con la Biblia ya aprendida.