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Recientemente, el 21 de agosto, los lectores de El Diario Montañés han conocido una noticia que, al parecer no ha atraído la atención de nadie. Ni de políticos, ni de administradores, ni de gestores culturales, ni de personas interesadas en el patrimonio cultural, ni de ... nadie. Al menos no ha habido comentarios o reacciones que hayan alcanzado la resonancia que merece o debería merecer una noticia de esta naturaleza.
Se trata del estado de la Biblioteca Menéndez Pelayo, y de las consecuencias del incendio del Museo de Arte de Santander (MAS).
Entrecomillo algunos datos de la noticia del periódico. «El agua que sofocó el MAS dañó los libros de la Biblioteca Menéndez Pelayo». Este es el titular de un artículo que firma Ángela Casado. «...el agua que sofocó el incendio del MAS tres años antes sí se filtró a la Biblioteca, concretamente al despacho de Marcelino Menéndez Pelayo, donde estaban los libros más valiosos».
Supieron los lectores ese día que, según los técnicos que ahora la custodian, «el estado de conservación de la biblioteca era deficiente». Y ahora, según informan responsables municipales, los fondos «están mejor de lo que han estado en muchos años». ¿Mejor? ¿Están mejor los fondos ahora cuando se sabe que entre los dañados están los libros más valiosos de la colección? ¡Cómo estarían antes! Sí, los fondos están ahora mejor, porque se ha eliminado la presencia de carcoma, xilófagos y bibliófagos.
Por otra parte, las obras de rehabilitación del edificio se han detenido. Se reanudarán, pero se han detenido, porque el proyecto contenía «errores» y «deficiencias». El proyecto carecía de «control de la luz, de la humedad y de la temperatura». Y se añade un pequeño dato sin, al parecer, gran importancia. Se había dado por hecho que «la fachada era de piedra cuando en realidad es de hormigón, y estos materiales requieren un tratamiento diferente».
Es difícil enhebrar un rosario de errores e incompetencia tan mayúsculos como los descritos. Más grave. Nadie ha mostrado interés ni sorpresa por unas noticias que, en sí mismas, son un escándalo. Se trata de una colección que es única en el mundo, y que en el mundo habría que considerar como uno de los mejores centros para el estudio del hispanismo. Pero, al parecer, a nadie le interesa un patrimonio que está evaluado, muy por lo bajo, en setenta y siete millones de euros, y que lo constituyen bienes que, en no pocos casos, son piezas únicas. Y que es un patrimonio cuya funcionalidad y servicios no se han puesto nunca, como es debido, al servicio de la comunidad científica, de la sociedad.
Nadie, al parecer, se ha sentido sorprendido o escandalizado por esta noticia, a nadie parece preocuparle.
Es necesario pensar que los desatentos no son solo los políticos, administradores, gestores culturales, sociedades cultas, universidad... No, es más profundo. Es toda la sociedad la que través de su silencio queda retratada en el estado de la biblioteca y en la información sobre el estado de la biblioteca.
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