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Si alguien tiene dudas sobre el conocimiento que tiene Joe Biden de China y el Partido Comunista, puede recuperar el artículo del New York Times 'A hard turn in Biden's journey on China (Un giro difícil en el viaje de Biden a China)' ( ... Wong, Crowly, Swanson), para disiparlas. Siendo un joven senador formó parte de la primera delegación del Congreso que visitó en 1979 el país dirigido por Deng Xiao Ping, padre e ideólogo de la gran reforma económica, a quien conoció. Un momento de inflexión en la historia, que la propia historia actual ha confirmado. Años después, en plena revisión estratégica en 2011-2012, cuando la doctrina Obama decidió reducir la presencia en Oriente Medio y multiplicar los recursos en Asia, Biden visitó China como vicepresidente de Estados Unidos y se reunió al menos en ocho ocasiones con el que entonces era su homólogo, Xi Jinping. Según los autores, no perdió confianza en su creencia de que «el crecimiento chino era positivo y su desarrollo era igualmente positivo para China, para América y para el mundo».
Pero los planteamientos no americanistas, no liberales, neocomunistas y nacionalistas del vicepresidente Xi, le hicieron combinar la dosis de confianza con algunas dosis de preocupación. El idealismo liberal y el realismo americano se entremezclaron en la visión de Biden y paralelamente también en la relación bilateral de ambos países cuando China se convirtió en la segunda economía del mundo en 2014 y cuando poco después, en 2017, presentó su candidatura para actuar globalmente como una gran potencia, y no bajo los auspicios y previsiones de los americanos.
«China tiene poco interés en el liberalismo o en la dominación americana», señala Joseph Nye en su último libro, '¿Do morals matter? (¿Importa la moral?)', en el cual, el que fuera uno de los principales asesores del ticket Obama-Biden, se suma a esa posición de cauta admiración, de rivalidad cooperativa, de competición inteligente, para afrontar la política exterior de Estados Unidos hacia el renovado gigante asiático. Un cambio de orientación. O más bien un recambio, porque el presidente Donald Trump, aun cuando ha mantenido una relación cordial e intensa con Xi Jinping, le ha negado el pan y la sal a China en la disputa tecnológica y ha desestabilizado durante cuatro años el entramado libre comercial que había permitido a los chinos progresar en el intercambio tradicional de bienes sin ajustarse a las normas acordadas en la Organización Mundial del Comercio y progresar, como los americanos, sin ajuste normativo previo, en el comercio online. El proteccionismo trumpista, cuestionado implacablemente, ha podido generar a su vez unos posos que pueden ahora permanecer e incluso perpetuarse en el recuerdo del legado del magnate neoyorquino, si es que tal y como parece, la inflexión en la dinámica política actual pasa por un fortalecimiento de los estados y sus estructuras, y por una revisión a la baja del mundo sin barreras con el que soñara el joven Biden, desde su ya perpetuo sillón en el Senado de los Estados Unidos.
La última Estrategia de Seguridad norteamericana, así como diversos informes de importantes 'think tanks' (laboratorios de ideas), no solo conservadores sino también centristas o bipartidistas, calificaron a Rusia y China como potencias revisionistas del orden liberal y, por tanto, de alguna manera hostiles, al menos rivales, a los intereses de Estados Unidos. Pero Joseph Nye pone sobre la mesa del nuevo debate ante estas elecciones algunos estudios y reflexiones que no presentan al revisionismo chino como integral, sino más bien como un revisionismo sectorial moderado. E igualmente rescata aproximaciones al pensamiento liberal como la de Rawls, que orienta el concepto más hacia la cooperación institucional y menos hacia la promoción de la democracia.
El liberalismo es una doctrina que enlaza la libertad individual con la igualdad de oportunidades y que se construye sobre el desarrollo y el respeto por las leyes y los derechos humanos y que propicia el establecimiento de sistemas democráticos. Esto es así lo mire quien lo mire y por donde lo mire. Pero el día posterior al 3 de noviembre requerirá una importante carga de inteligencia contextual, es decir, un conocimiento del pasado, un control de las variables del presente, y una aplicación de la intuición sobre eventos futuros. En lo primero, Biden parece claro que supera a Donald Trump. Sobre lo segundo no hay tanta claridad, porque el presidente se maneja bien en las variables que afectan a su presente. Y en cuanto a lo tercero, la única certeza nítida es que el coronavirus ha dejado al mundo del siglo XXI, que ya era bastante incierto, en medio de una mayor incertidumbre sobre el futuro.
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