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El proyecto arquitectónico para construir una nueva sede del Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria (Mupac), ha vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre la contribución de la cultura al desarrollo de las ciudades.
El desarrollo urbano contemporáneo tiene entre sus ... grandes prioridades el equilibrio social, que ha adquirido una nueva dimensión nacida de las lecciones que nos ha dejado la crisis: no hay eficacia económica sin eficacia social y viceversa. Tenemos múltiples ejemplos que demuestran que la eficacia económica, entendida como crecimiento sostenido a largo plazo, no es posible sin estabilidad social. Y ésta no se logra ni se mantiene de manera inercial, sino que asienta sus principios en el funcionamiento de sistemas y programas públicos de carácter muy diverso: cultura, educación, salud, servicios y prestaciones sociales, condiciones laborales o políticas fiscales de distribución de la renta, que afianzan la armonía social, indispensable para su desarrollo sostenido.
Hasta hace bien poco, los economistas no teníamos por objeto de estudio la cultura, porque la considerábamos demasiado ambigua, abstracta y muy difícil de medir cuantitativamente. Sin embargo, distintos autores de diferentes épocas empiezan a vislumbrar el poder de las fuerzas culturales en el desarrollo económico de las sociedades. Así por ejemplo, John M. Keynes, en su ensayo Arte y Estado, critica al Gobierno británico por errar en «mantener la grandeza y dignidad del Estado». Para Keynes son las artes las que hacen de un Estado lo que es, porque las artes crean «un orgullo cívico y un sentido de unidad social». Critica severamente que el estado no interfiera en los asuntos sociales.
Algunos economistas, entre los que resulta oportuno mencionar a David Throsby, sostienen que el análisis de la cultura y de los bienes culturales se ha convertido en una disciplina especializada de la ciencia económica, que se ha visto reforzada por la idea que indica que la cultura puede contribuir al desarrollo económico y social de las comunidades y que la explotación de los bienes culturales puede generar riqueza y empleo. Este autor ha definido la cultura como el conjunto de ideas, creencias, costumbres, valores y prácticas compartidas, que se expresan en símbolos, textos, lengua y tradiciones. Los bienes culturales incluyen, para este especialista, el valor estético (vinculado a las modas y corrientes artísticas en boga); el valor espiritual (prácticas y creencias religiosas o laicas); el valor social (identidad colectiva, cohesión social, uso del territorio); el valor histórico y el valor simbólico (evocación de significados colectivos). A su vez, llevan aparejados valores económicos de uso directo (residencial, comercial, recreativo,...) y de uso indirecto (beneficiarse, por ejemplo, de la cercanía de un monumento). Los valores económicos se construyen en el mercado, mientras que los valores culturales se definen en la esfera de las relaciones sociales, se establecen en función de significados colectivos, son difíciles de conceptuar y complicados de medir. Descendiendo al ámbito local, los bienes culturales desempeñan un papel importantísimo en las ciudades. Los centros culturales y la oferta cultural le otorgan identidad a la ciudad, se constituyen en puntos de atracción de visitantes y contribuyen a la construcción de la cohesión colectiva. Las repercusiones económicas de este capital cultural son directas (empleo, ingresos por el consumo de esos bienes y servicios...) e indirectas (restaurantes, transporte, alojamiento...). La explotación económica de estos bienes culturales contribuye, a su vez, a diversificar la economía local.
También Irina Bokova, directora general de la Unesco, nos recuerda que la cultura ocupa un lugar central en la renovación y la innovación urbana. Y existen pruebas concretas que demuestran el poder de la cultura como recurso estratégico para la creación de ciudades más inclusivas, creativas y sostenibles. En esta línea, cabe afirmar que el uso estratégico de la cultura ha generado la confluencia de geógrafos, urbanistas, economistas y responsables de las políticas públicas para la elaboración de un nuevo tipo de planificación urbana que incluye a la cultura como elemento central. Así, se pasa de la planificación urbana a la planificación cultural en las ciudades.
En general, debemos situar este giro local de la política cultural dentro de lo que el geógrafo David Harvey califica como «estrategia emprendedora de los gobiernos locales» que trata de encontrar un equilibrio entre el modelo de ciudad creativa y ciudad sostenible. Los gobiernos locales, frente a los retos del cambio económico, proponen estrategias para potenciar el desarrollo económico, cuya manifestación en cultura han sido los museos-bandera y los grandes eventos culturales de proyección internacional. Una estrategia desarrollada especialmente en grandes ciudades que han querido, a partir de la cultura, ejercer de capitales regionales con ambiciones de proyectarse a nivel internacional. Esta estrategia emprendedora de los gobiernos locales tiene a la vez el objetivo de implicar al sector privado y a las Administraciones superiores (regional y nacional) para desarrollar proyectos que el gobierno local por sí sólo no podría abordar por su dimensión económica, estableciendo de este modo modelos de gobernanza complejos que se escapan de la planificación pública tradicional.
El Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, la transformación del edificio del banco Santander para albergar su colección de arte, el Centro Asociado Museo Reina Sofía-Archivo Lafuente, el Centro Botín o el apoyo decidido del Gobierno de Cantabria a la Orquesta Sinfónica del Cantábrico son proyectos o realidades que caminan en la buena dirección.
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